sábado, 27 de diciembre de 2025

Las doce uvas de Nochevieja.

En España, la tradición de Nochevieja más extendida es la de las doce uvas de la suerte cuyos orígenes se remontan a principios del siglo XX aunque algunos lo datan a finales del anterior. Según la tradición, en la mesa se colocan 12 uvas delante de cada comensal que simbolizan los 12 meses del año y que deben comerse con cada una de las campanadas del reloj.

Las doce uvas "de la suerte" comenzaron a tomarse de manera masiva en España en la Nochevieja de 1909, debido a un excedente de la cosecha en Alicante. Sin embargo ya en el siglo XIX existía la costumbre entre los burgueses españoles de comer uvas y brindar con champán para despedir el año.

El primer testimonio escrito que la constata es de la prensa madrileña en enero de 1897, donde se comenta que "Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante", lo cual quiere decir que al menos en 1896 así se hizo, y probablemente algún año atrás.

Resulta que en 1882 el alcalde de Madrid, José Abascal y Carredano, decidió imponer una tasa de un duro a todos aquellos que quisieran salir a recibir a los Reyes Magos la noche del día 5 de enero. El fin de esta otra tradición no era tal --no confundir con la cabalgata de Reyes-- sino más bien el de pasar una noche de fiesta, borrachera y armando jaleo.

Así, privados los madrileños de esta noche de farra --salvo para aquellos que dispusieran de tal fortuna-- algunos se animaron a celebrar la Nochevieja en la Puerta del Sol, comiendo uvas con las campanadas, tal vez como protesta o como mofa de la tradición burguesa de comer uvas y champán en la cena de Nochevieja, una tradición que reflejan los periódicos de la época y que dicen importada de Francia y Alemania.

Este comportamiento se extendió y popularizó rápidamente en la capital, hasta el punto de que en 1897 los comerciantes de la ciudad ya publicitaban las uvas de la suerte, y en poco años se conocía en lugares tan lejanos como Tenerife. Ahí es donde entran nuestros agricultores levantinos, que aprovechando su excedente de producción de 1909, realizaron una campaña para promulgar y potenciar la costumbre por todo el país, y así poder colocar su mercancía.

Está claro que les salió bien, y hoy pocos son los que no dan la bienvenida al Año Nuevo con 12 uvas en la mano para ir comiéndolas al son de cada campanada, o al menos intentándolo. La superstición dice que da buena suerte,

Conviene saber que las uvas de Nochevieja es una tradición exclusivamente hispana, que también se exportó a otros países hispanoamericanos. En otros países también existen alimentos típicos para dar la bienvenida al nuevo año. En Grecia suelen cocinar un pastel llamado Vassilopitta en cuyo interior se coloca una moneda de oro o de plata. El que encuentre la moneda en su plato será la persona con más buena suerte en el año que se avecina. Y en Italia y algunos países sudamericanos es tradición comer un plato de lentejas estofadas tras las campanadas de media noche para atraer la prosperidad y la fortuna en el año entrante.

Por supuesto esta noche no pueden faltar prendas de ropa interior roja, otra tradición incorporada a la de las doce uvas en Nochevieja. La gran mayoría de los españoles celebran la Nochevieja junto a sus seres queridos y siguen la retransmisión de las uvas desde sus casas.



Queridos amig@s, os deseo mucha felicidad y que el año nuevo os depare lo mejor de lo mejor, que todos vuestros sueños se cumplan y sobre todo que tengamos salud y seguir contando con vuestra amistad, FELIZ AÑO NUEVO A TOD@S. Pili.


sábado, 20 de diciembre de 2025

Leyenda de la Flor de Pascua.

Cuenta la leyenda que “cuando el Creador hizo la tierra quiso que las plantas entregaran sus mejores flores a los hombres. Un día, observó que un pequeño arbusto se esforzaba sinceramente por cumplirlo, sin embargo, nadie se fijaba en sus pequeños capullos amarillos que quedaban ocultos por sus enormes hojas.

Con el tiempo, Dios comprobó que aquella planta procuraba ser mejor cada día a pesar de que la gente siguiera sin prestarle atención. Entonces, se acercó a ella y le dijo: “Veo que eres muy hermosa y que realizas tu misión con mucho amor, aun cuando tu belleza no es valorada y sin embargo luchas por ser feliz dando tu amor incondicional a tus hermanos pues sabes que lo necesitan. Por eso te voy a dar mi sangre”.

Cuando la depositó en sus hojas, estas se tiñeron inmediatamente del color rojo más hermoso que existía, y así se convirtió en la flor más bella, que florecería en la época más importante de la tierra, en Navidad.

Desde aquel momento la planta de flor pequeña y de grandes hojas se transformó en la bella Flor de Nochebuena, haciéndola la más representativa de la Navidad”.

Ella, contenta y sintiendo en su savia los dones que Dios le había otorgado, decidió mostrar todo su esplendor en una época donde no lo hacían muchas otras flores y plantas, por Pascua, tomando también así su nombre y dando esa tonalidad roja y verde a la Navidad, dos colores, el rojo y el verde, que significan la sangre siempre renovadora de Dios y la esperanza que siempre trae la fe.




Autor: Desconocido.



sábado, 13 de diciembre de 2025

Adalina el Hada sin alas.

Nadie sabía por qué, pero Adalina  no tenía alas. Y eso que era la princesa, hija de la Gran Reina de las Hadas. Tan pequeña como una flor, todo eran problemas y dificultades. No  podía volar, y apenas tenía poderes mágicos, ya que la magia de las hadas se esconde en sus delicadas alas. Así que desde muy pequeña dependió de la ayuda de los demás para muchísimas cosas. Adalina creció dando las gracias, sonriendo y haciendo amigos, de forma que todos los animalillos del bosque estaban encantados de ayudarla.

Cuando cumplió la edad en que debía convertirse en reina, muchas hadas dudaron  que  sería  una buena reina con tal discapacidad. Ante dicha duda Adalina tuvo que aceptar someterse a una prueba  para  demostrar a todos las maravillas que podía hace.

Ella se preguntaba: ¿Qué podría hacer, si apenas era mágica y ni siquiera podía llegar muy lejos con sus cortas piernecitas? , mientras Adalina trataba de imaginarlo , la noticia se extendió entre sus amigos los animales del bosque. Y al poco, cientos de animalillos estaban junto a ella, dispuestos a ayudarla en lo que necesitara.

- Muchas gracias, amiguitos. Me siento mucho mejor con todos vosotros a mi lado- dijo con la más dulce de sus sonrisas- pero no sé si podréis ayudarme.

 Me encantaría atrapar el primer rayo de sol, antes de que tocara la tierra, y guardarlo en una gota de rocío, para que cuando hiciera falta, sirviera de linterna a todos los habitantes del bosque. O... también me encantaría pintar en el cielo un arco iris durante la noche, bajo la pálida luz de la luna, para que los seres nocturnos pudieran contemplar su belleza... Pero como no tengo magia ni alas donde guardarla...

- ¡Pues la tendrás guardada en otro sitio! ¡Mira! -gritó ilusionada una vieja tortuga que volaba por los aires dejando un rastro de color verde a su paso.

Era verdad. Al hablar Adalina de sus deseos más profundos, una ola de magia había invadido a sus amiguitos, que salieron volando por los aires para crear el mágico arco iris, y para atrapar no uno, sino cientos de rayos de sol en finas gotas de agua que llenaron el cielo de diminutas y brillantes lamparitas. Durante todo el día y la noche pudieron verse en el cielo ardillas, ratones, ranas, pájaros y pececillos, llenándolo todo de luz y color, en un espectáculo jamás visto que hizo las delicias de todos los habitantes del bosque.

Adalina fue aclamada como Reina de las Hadas, a pesar de que ni siquiera ella sabía aún de dónde había surgido una magia tan poderosa. Y no fue hasta algún tiempo después que la joven reina comprendió que ella misma era la primera de las Grandes Hadas, aquellas cuya magia no estaba guardada en sí mismas, sino entre todos sus verdaderos amigos.


Autor: Desconocido.


sábado, 6 de diciembre de 2025

Leyenda del Río Hablador.

Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía en la cima celestial el dios sol, conocido también como Inti. Un joven de gran postura y sumamente bondadoso llamado Rimac, quien de cuando en cuando bajaba al mundo de los humanos a contarles bellas historias, por lo que era muy querido y reverenciado.

Un día que acompañado de los demás dioses miraba hacia la tierra por las ventanas del palacio dorado, vio que los llanos junto al mar eran azotados por una grave sequía, las hierbas, las flores y los árboles se marchitaban y los hombres y animales morían de sed.

Los dioses se alarmaron y acudieron al dios Inti, su padre, a pedirle que librase a los hombres de la costa, de aquella horrenda sequía. Pero el Inti les dijo que era imposible, pues según las leyes celestiales solo sacrificando a uno de ellos en el altar de fuego podrían conseguir agua.

Los dioses callaron, sin embargo ante la sorpresa de todos, Chaclla, la mas bella y virtuosa de las hijas del sol, poniéndose delante de su padre se ofreció valientemente ante el sacrificio. Rimac que adoraba a su hermana, se arrodilló implorandole y pidió a Inti que lo sacrificase a él en vez de ella, pero Chaclla, aun cuando agradecía su gesto, no aceptó aduciendo que los hombres echarían de menos las bellas historias que aquel sabía contarles.

Mas Rímac insistió, finalmente a ruego de ambos y ante la resignación de Inti, los dos se dirigieron al altar de fuego para el sacrificio. El dios sol pudo así hacer llover la tierra. Agradeciendo a los cielos, los yungas, así llamados antiguos hombres de la costa, recibieron el agua jubilosos.

Rimac y Chaclla, envueltos en infinidad de gotas caían sobre las montañas cercanas al gran valle de Lima, y convertidos en un tormentoso río corrían, jugando y riendo, hacia el mar. Una vez allí, elevándose en forma de nubes, persiguiéndose, llegaban al cielo para vaciarse de nuevo. Pero eso duró solo cuarenta noches, al cabo de los cuales, Chaclla quedó convertida para siempre en lluvia y Rimac en el mas bullicioso río de la costa peruana.

Cuenta la leyenda que quienes suelen sentarse a orillas del río Rimac y se ponen a escuchar con atención perciben claramente el murmullo de sus aguas como se disuelve en una voz humana que cuenta bellísimas historias de este y de antiguos tiempos, por eso se le llama “Río hablador”.

Seamos amigos, conóceme y será tuyo mi saber, cuidemos la naturaleza y el agua que es fuente de vida y alegría en el mundo.


Autor: Desconocido.


sábado, 29 de noviembre de 2025

La Encina y el Junco ( Fábula )

En una vasta pradera se alzaba majestuosa una encina que, día tras día, expresaba su gratitud a la madre naturaleza por los dones que había recibido. Y tantos eran los dones, que la encina no podía hacer otra cosa que considerarse el árbol más perfecto y bonito del lugar. De hecho…, ¡se consideraba el árbol más perfecto del mundo!

Desde luego, aquella encina tenía muchas virtudes, pero una de las que más le enorgullecía era su altura, pues le brindaba una visión absolutamente privilegiada de todo lo que acontecía a su alrededor. Pero también se deleitaba con su belleza, luciendo una copa bien recortada y compuesta por hojas verdes y resplandecientes. Además, gozaba de una excelente salud, produciendo en otoño abundantes y deliciosas bellotas, pero lo que más amaba de verdad era su robusto tronco, fuerte, seguro y totalmente imponente.

Sin embargo, pronto todo aquel exceso de virtudes comenzó a tener un efecto negativo en la encina, pues pronto comenzó a sentirse superior al resto de plantas de la pradera, mostrando una actitud muy irreverente, especialmente hacia aquellas que creía más débiles.

En aquella misma pradera, un poco más abajo, en un pequeño humedal, vivía un junco joven y delicado. A diferencia de su altiva vecina, el junco era delgado y carecía de hojas y flores, pasando inadvertido para muchos y viviendo muy tranquilo, hasta que un día la encina se percató de la existencia del junco y comenzó a burlarse de él:

—¡Eh, junco! ¿Cómo se siente uno siendo tan frágil e insignificante?

—Pues la verdad es que vivo tranquilo y satisfecho.

Ante aquella respuesta, la encina estalló en carcajadas desdeñosas:

—¡Ja, ja, ja! Vaya, vaya…Creo que te conformas con muy poco. No entiendo cómo puedes ser feliz viviendo en ese lodo húmedo y pegajoso. ¡Siento asco de solo pensarlo!

Entonces, el junco no pudo más que responder con la humildad que le caracterizaba:

—Es que soy una planta acuática, es decir, que necesito el agua para crecer, por lo que no puedo estar en mejor lugar, aunque tal vez hubiera preferido ser como tú y vivir ahí arriba, en la pradera.

Pero la encina no cesó y se burló nuevamente:

—¡Ja, ja, ja! ¿Crecer? ¿A qué te refieres con crecer? ¡Mides menos de medio metro! Mírame a mí: soy un árbol estilizado, bello y… ¿has notado mi tronco poderoso? ¿Te das cuenta de lo impresionante que es? Tú, en cambio, eres tan flaco y delgado como un hilo, por lo que no desearía tu suerte por nada del mundo.

El junco sabía que no era el más robusto de todos, pero se sentía igualmente valioso:

—Sí, es cierto que soy delgado. Pero eso no tiene nada de malo. Es más, gracias a eso poseo una virtud que tú no tienes…

—¿Y cuál es esa virtud? Si es que existe…

—Que soy muy flexible.

—¡Qué ocurrencia! ¡Qué barbaridad! ¿Para qué sirve ser flexible? Debes doblegarte ante el viento como un títere y temblar ante la brisa. ¡Qué desgracia!

—No creas, en ciertas situaciones ser flexible puede ser algo muy beneficioso.

—¿Beneficioso? ¿Pero tú sabes lo que es realmente beneficioso? ¡Tener un tronco grande y firme como el mío! ¡Eso sí!

En ese momento un rayo cayó a lo lejos y unas nubes muy negras se posaron sobre el cielo, ensombreciendo todo a su alrededor. Y así, como un estallido, las gotas de lluvia empezaron a caer desatando una feroz tormenta. Los animales buscaron refugio, pero las plantas y los árboles no tuvieron más remedio que soportar la tempestad. El viento se convirtió en un huracán feroz que arremetió contra todo lo que encontraba a su paso, y arrancó la encina arrojándola al abismo. Su altura, belleza y robustez no salvaron a aquella orgullosa encina de ser presa de la fiereza del huracán, pero tampoco al junco, que sufrió grandes golpes al ser embestido por el viento.

Sin embargo, el junco finalmente pudo resistir la tormenta, pues su gran flexibilidad le permitió permaneces en el mismo lugar a pesar de los golpes. Después de la tormenta, cuando todo había pasado, el junco observó su tallo maltrecho y se quejó.

—Estoy todo magullado, lleno de golpes y moretones… ¡ni siquiera mis raíces se han salvado!

Pero luego miró a su alrededor y hacia el espacio en el que antes se erguía la encina y reflexionó:

—Lo que la encina consideraba ser una debilidad y a mí me hacía sentir orgulloso, parece ser que he tenido razón, porque eso me ha salvado la vida.

La moraleja de esta historia es que todos tenemos cualidades especiales, cada uno a su manera, pero todas muy valiosas.  Por eso no olvidéis valorar los dones que la vida os vaya dando y utilizadlos para el bien y, sobre todo, ¡nunca menospreciéis a otros por ser distintos!



sábado, 22 de noviembre de 2025

Los Dos que Soñaron.

Cuentan los hombres dignos de fe, que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió, menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan. Trabajó tanto que el sueño lo rindió debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo:

-Tu fortuna está en Persia, en Isfaján, vete a buscarla.

A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.

Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita una casa, donde una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa,  las personas que dormían se despertaron  pidiendo  socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.

El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:

-¿Quién eres y cuál es tu patria?

El hombre declaró:

-Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Yacub El Magrebí.

El juez le preguntó:

-¿Qué te trajo a Persia?

El hombre optó por la verdad y le dijo:

-Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que la fortuna que me prometió ha de ser esta cárcel.

El juez echó a reír.

-Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín. Y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol, una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no vuelva a verte en Isfaján. Toma estas monedas y vete.

El hombre las tomó y regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro. Así Dios le dio la bendición,  lo recompensó y exaltó.



Autor: Desconocido.

sábado, 15 de noviembre de 2025

El hada del viejo pino ( Leyenda )

Hubo una vez, en unas lejanas llanuras, un árbol antiquísimo al que todos admiraban y que encerraba montones de historias. De una de aquellas historias formaba parte un hada, que había vivido en su interior durante años. Pero aquella hada se convirtió un día en una mujer que mendigaba y pedía limosna al pie del mismo pino.

Muy cerca, vivía también un campesino (al que la gente consideraba tan rico como egoísta), que tenía una criada. Aquella criada paseaba cada mañana junto al viejo pino y compartía con la mujer mendiga todo el alimento que llevaba consigo. Pero cuando el campesino se enteró de que la criada le daba el alimento a la señora que mendigaba, decidió no darle ya nada para comer para no tener así que regalárselo a nadie.

Tiempo después, el campesino avaro acudió a una boda en la que tuvo la ocasión de comer y beber casi hasta reventar cuando, regresando a casa, pasó cerca del pino y de la mujer que mendigaba a sus pies. 

Pero en lugar de un árbol, el campesino vio un palacio precioso que brillaba a más no poder. Animado aún por la boda, el campesino decidió entrar y unirse a lo que parecía otra fiesta. Una vez dentro del palacio, el campesino vio a un hada rodeada por varios enanitos disfrutando de un festín. Todos invitaron al campesino a compartir la mesa con ellos y no lo dudó dos veces, a pesar de que había acabado muy lleno de la boda.

El campesino, ya sentado en la mesa, decidió meterse todo cuanto pudo en los bolsillos, puesto que ya no le cabía nada en el estómago. Acabada la fiesta, el hada y los enanitos se fueron a un salón de baile y el campesino decidió que era el momento de volver a casa. Cuando llegó, quiso presumir de todo cuanto le había pasado ante su familia y sus criados y, para demostrarlo, sacó todo cuando había metido en sus bolsillos. Pero, oh, oh…de los bolsillos no salió nada.

El campesino, enfurecido por las risas de todos, ordenó a la criada que se fuera de su casa y que comprobara si quisiera cuanto le había contado. La pobre joven salió de la casa entristecida, y acudió hasta los pies del pino. Pero, de pronto, poco antes de llegar, notó algo muy brillante en los bolsillos de su delantal. Eran monedas de oro.

Tan contenta se puso la criada que decidió no regresar nunca más al hogar del campesino egoísta, y fue a ver a la mujer que mendigaba en el pino para darle algunas monedas.

Tome señora, unas pocas monedas que tengo, seguro que le ayudarán. – Dijo la joven.

En aquel mismo momento la falsa mendiga retomó su forma de hada, recompensando la actitud de la joven con un premio todavía mayor, su libertad y su felicidad eterna.



Autor: Desconocido.