sábado, 31 de marzo de 2018

Hallerbos ( El Bosque Azul )

Hallerbos, conocido como el bosque azul, es un lugar que parece encantado como si de un cuento de hadas hubiese salido, es uno de los espacios más fotografiados de Bélgica y no es de extrañar, dada su belleza.

Hallerbos se ha convertido en un bosque de peculiar belleza. es muy especial en la ciudad belga de Halle. Empieza a notarse por fin que ya estamos en primavera, con días cada vez más largos y temperaturas que, ahora sí, comienzan a subir un poco y la propia naturaleza parece querer saludar también al buen tiempo. Lo hace de la forma más majestuosa que sabe, con las flores. con un mar de jacintos azulados y ajos de oso, los que tapizan de morado un pequeño bosque a las afueras de la ciudad que, en esta época, parece un auténtico bosque encantado, al florecer durante la estación de primavera, forman un tapiz con contrastados colores violeta y azul, hecho que le confiere el simpático y bonito aspecto único en todo el planeta.

Además, Hallerbos posee unas 552 hectáreas repartidas por todo el municipio de Halle, ubicado entre las regiones de Brabante Flamenco y Valón. Así que, durante las estaciones de primavera y verano, puedes disfrutar de la magnificencia mágica de este paisaje en pleno
corazón de la vieja Bélgica.

Hallerbos es un lugar con una larga y dilatada historia. Ya en tiempos del Mesolítico, este era un bosque carbonífero que se comenzó a fragmentar lentamente, empezando en tiempos del Imperio Romano. Este hecho dio lugar a pequeños espacios. Uno de ellos se dio a conocer como ” Zoniënwoud”, formando junto con el bosque azul la frontera del este.

No fue hasta el año 686, en el que se tiene constancia de que San Waltrudis legó el bosque azul a los dominios de la abadía del mismo nombre, ubicada en Bergen. Estas son las primeras menciones que se conocen desde la aparición de Hallerbos en el centro de lo que hoy es Europa y, más concretamente, Bélgica.

Antes del año 1200, San Waltrudis se convirtió
en noble cabildo, pero dado que no eran capaces de dirigir y proteger Hallerbos por la enorme distancia desde Bergen, decidieron dejarlo bajo el tutelaje de los nobles de Bruselas. Este hecho tuvo lugar en 1229 y ser renovó en 1239 de mutuo acuerdo, aunque se alargó durante varios siglos.

Un personaje que ha tenido mucho peso en la vida de Hallerbos es el Duque de Arenberg. En 1648, el estado de Halle lo dejó como fianza para compensarle, dado que el rey Felipe IV de España dio parte de sus tierras de Zevenbergen, en noroeste de Breda, a los alemanes según lo firmado en el Tratado de Munster.

Aun así, tras dos años, el Duque de Arenberg seguía sin recibir su pago, hecho que concluyó con la venta pública de los terrenos por parte del Rey Felipe IV en noviembre de 1652, por lo que el noble tomó posesión a través de un intermediario de Halle y dos terceras parte de
Hallerbros. En esta época, el bosque azul constaba de unas 1125 hectáreas.

Así pues, llegó una época de problemas, pues el bosque azul de Hallerbos tenía dos dueños. Por un lado estaba el Duque de Arenberg y, por otro, aún mantenía sus posesiones el cabildo de Sant Waltrudis.

Para solventar el problema de la doble posesión, se erigieron bordes y límites, separándolo en dos partes a través de la plantación de 24 piedras que
marcaban las zonas que pertenecían a cada uno. De echo, aún hoy se pueden ver estos monumentos en el bosque azul belga. Por desgracia, Hallerbos menguaba con el tiempo, perdiendo terreno en favor de las tierras de cultivo. En esta época de división, su extensión se limitaba a solo 660 hectáreas.

Posteriormente, Hallerbos ha pasado por más manos, desde las francesas, en tiempo de la
invasión provocada por Napoleón Bonaparte a finales del siglo XVIII, hasta inglesas, cuando las tropas galas fueron derrotadas en la célebre batalla de Waterloo, acabando en posesión de los holandeses poco después.

Sea como fuere la extensa historia de este maravilloso bosque azul, Hallerbos ha quedado en la memoria de todas aquellas personas que lo han visitado, dada su frondosa y colorida vegetación y su maravilloso paraje.




sábado, 24 de marzo de 2018

Leyenda de la primavera.


Hubo una época muy lejana en que la tierra solo conocía una estación, el invierno. El frío era intenso, la nieve cubría llanos y montañas y las plantas no tenían colores, eran rugosas y opacas.
Cierta vez los hombres partieron en busca de alimentos, que tanto escaseaban, y las mujeres se quedaron cuidando el fuego.
El cielo estaba oscuro, presagiaba tormenta.Y así fue, un trueno y luego, el viento y la nieve.

Los días pasaban y los hombres no regresaban. Los niños lloraban por sus padres y los abuelos por sus hijos. Las mujeres trataban de mantener la calma para no generar más malestar.Una madrugada, cuando casi todos habían perdido las esperanzas, aparecieron en el horizonte los hombres.
Extenuados, muertos de frío, ni podían contar las penurias que habían pasado en las cumbres. Pero había algo...algo que no podía dejar de contarse. No traían con ellos a Sumac, un adolescente valiente y noble, que se había perdido en las nieves.

La madre de Sumac, desesperada, corrió a la montaña mientras sus pies se enterraban en la nieve. Se escuchaba su voz llamando a su hijo, "¡Sumac, hijo! ¡Sumac!" Y así se perdió de la vista de todos.
Avanzó y avanzó hasta quedar rendida. Fue cuando entonces oyó la voz de Sumac. La desesperación agudizó su ingenio y pudo rescatar al muchacho casi helado. ¿Adonde lo llevaría?. El viento le habló, diciéndole, "Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo".

La madre, con Sumac en brazos, ascendió de una montaña a otra, y en otra y en otra más, pero el cielo estaba siempre tan alto... El viento insistía: "Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo". De pronto, un remolino la envolvió dejándola en la cumbre de un cerro altísimo. La mujer, cayendo de agotamiento, tocó las nubes que se abrieron como una gran cortina. Un trozo de cielo del más puro celeste se fue agrandando.

De él brotaron los rayos de un sol radiante, y deslizándose por ellos salieron pájaros que poblaron la tierra de trinos y aleteos, mariposas multicolores llegaron hasta las plantas en busca de flores que acababan de nacer...El viento se transformó en suave y tibia brisa, se deshizo la nieve y el agua cristalina corrió en cascadas juguetonas.

Sumac volvía a la vida mientras su madre alzaba los brazos al cielo agradeciendo a Inti, el Dios de sus antepasados, el milagro de la primavera que nacía. Cuentan que desde entonces después del invierno llega la primavera como madre amorosa, para poner su nota de calor, belleza y colores en los campos helados de la tierra.



Autor: Desconocido.




sábado, 17 de marzo de 2018

Hada.

Siempre te gusto esta leyenda mago (Karras), por eso hoy la vuelvo a publicar deseándote una pronta recuperación y que pronto podamos seguir disfrutando de tus bonitas letras y magnificas imágenes, y como no, de reírnos juntos como lo hemos echo muchas veces, que te quiero mucho mi querido mago, un montón de besotes :)

Todo el mundo la llama "la mendiga de las hojas", porque en cuanto llega el otoño y los arboles comienzan a quedarse desnudos, se la puede ver por parques y calles recogiéndolas, acunándolas y repitiendo a veces en susurros apagados, a veces a gritos y otras incluso canturreando:

- ¿ Que hoja va con cada árbol ? ¿ De que árbol cayo esta hoja ? ¿ Y esta otra ? ¿ Y aquella de mas allá ? ¿ Que hoja va con cada árbol ? ¿ De que árbol cayo esta hoja ?

Y anda entre los montones de hojas amarillas, con los pies bien hundidos en ellas, haciéndolas crujir bajo sus plantas sintiendo su caricia en los tobillos, las recoge, las observa con detenimiento -por el envés y por el revés- las huele incluso, luego corre de árbol en árbol, mira la hoja de color ocre, mira el árbol, vuelve a mirar la hoja según crea que ha acertado o no, se aproxima con los brazos llenos de hojas a los Álamos, a las Acacias, a los Castaños, a los Arces y habla con ellos:

- Esta, esta es tuya, lo se ¿ ves ?, aun puedo reconocerlas, y las acuna como si de un bebe se tratara y sigue hablando con el árbol.

- Si, si, llego el momento de dejarlas volar ¿ verdad ?. Si, si, es la hora de que bailen con el viento.

 Y girando y danzando suelta las hojas y las entrega al primer torbellino loco que sople en ese momento, luego continua con sus andanzas por parques y calles tras las hojas amarillas y rojas, hablando con los arboles, inclinando la cabeza como si les escuchara, asintiendo o negando, riendo o llorando, como si ellos le hablaran y le contaran sus secretos.

Cuenta su historia a quien quiera escucharla aunque nadie la cree, ¿ quien puede creer las fantasías que dicen los locos ?

Cuenta que es un hada y que se ha quedado atorada a medio camino entre su mundo y el nuestro por culpa del amor. Cuenta que allá en su mundo ayudaba con los preparativos otoñales, que reunía a las nubes como si fueran un rebaño de ovejas y las pastoreaba hasta los lugares en donde debían dejar caer la lluvia, que cabalgaba sobre la espalda del viento y le ayudaba a arrastrar las hojas caídas y las que estaban por caer, que llevaba un cuidadoso inventario de cada hoja que caía y por eso sabia reconocer perfectamente a que árbol pertenecía cada una. Y cuenta que un día cometió dos errores muy, muy graves:

El primer error fue enamorarse, porque a un hada enamorada se le debilitan los poderes. Su segundo error fue aun mas grave, enamorarse de un mortal, porque los mortales son incapaces de comprender a las hadas y acaban siempre rompiéndoles el corazón. Sus hermanas se lo avisaron. Su reina se lo advirtió. Todos en el reino de las hadas intentaron aconsejarla, pero el amor ya se sabe, no entiende de consejos y advertencias.

Cuenta que ella decidió seguir a su amor mortal hasta su mundo mortal, sus ojos brillan y sus labios sonríen al contar que durante un tiempo hasta se creyó feliz, y sus ojos se llenan de nubes tormentosas cuando narra como poco a poco todo se fue hundiendo lentamente, ahogado por la realidad que la rodeaba. El no la comprendía, el no aceptaba sus poderes, ni sus costumbres, ni nada de nada, quería transformarla en una mujer y que dejara de ser un hada. Y aunque ella lo intento con todas sus fuerzas, nunca lo consiguió...no del todo. Y un día finalmente, el la dejo abandonada y sola en este mundo.

Y cuenta que quiso volver al reino de las hadas pero ya no pudo, su tiempo entre mortales la había debilitado y solo consiguió llegar hasta la mitad del camino, y así vive desde entonces, a medias entre este mundo y el suyo, sin pertenecer del todo a este ni poder regresar del todo al suyo, de modo que aquí era una loca y allá era casi una sombra. Si, ella cuenta su historia a quien quiera escucharla pero es evidente que nadie puede creer las fantasías que cuentan los locos y sin embargo...

Sin embargo corre el rumor de que en noches despejadas de luna llena, te puedes encontrar a la "mendiga de las hojas" bailando y lanzando las hojas al aire, que hay momentos en que su sucia cara parece irradiar luz, que sus bastas ropas parecen hechas de finas telas y que el ajado fular de tul que cuelga siempre sobre su espalda parecen unas titilantes alas de hada.

Pero sea o no verdad, resulta imposible no emocionarse cuando ves a la "mendiga de hojas" mientras susurra sin descanso:

- ¿ Que hoja va con cada árbol ? ¿ De que árbol cayo esta hoja ? ¿ Y esta otra ? ¿ Y aquella de mas allá ? ¿ Que hoja va con cada árbol ? ¿ De que árbol cayo esta hoja ?.....



Autor: Dolores Espinosa.




sábado, 10 de marzo de 2018

Cuerpo de mujer.


Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo vueltos hacia su lado.

Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. "Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga..."

Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y, sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.

En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna.

Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.


Autor: Ryunosuke Akutagawa.




sábado, 3 de marzo de 2018

La Rosa Blanca.


En un jardín de matorrales, entre hierbas y maleza, apareció como salida de la nada una rosa blanca. Era blanca como la nieve, sus pétalos parecían de terciopelo y el rocío de la mañana brillaba sobre sus hojas como cristales resplandecientes. Ella no podía verse, por eso no sabía lo bonita que era. Por ello pasó los pocos días que fue flor hasta que empezó a marchitarse sin saber que a su alrededor todos estaban pendientes de ella y de su perfección, su perfume, la suavidad de sus pétalos, su armonía. No se daba cuenta de que todo el que la veía tenia elogios hacia ella. Las malas hierbas que la envolvían estaban fascinadas con su belleza y vivían hechizadas por su aroma y elegancia.

Un día de mucho sol y calor, una muchacha paseaba por el jardín pensando cuántas cosas bonitas nos regala la madre tierra, cuando de pronto vio una rosa blanca en una parte olvidada del jardín, que empezaba a marchitarse.

–Hace días que no llueve, pensó – si se queda aquí mañana ya estará mustia. La llevaré a casa y la pondré en aquel jarrón tan bonito que me regalaron.

Y así lo hizo. Con todo su amor puso la rosa marchita en agua, en un lindo jarrón de cristal de colores, y lo acercó a la ventana.- La dejaré aquí, pensó –porque así le llegará la luz del sol. Lo que la joven no sabía es que su reflejo en la ventana mostraba a la rosa un retrato de ella misma que jamás había llegado a conocer.

-¿Esta soy yo? Pensó. Poco a poco sus hojas inclinadas hacia el suelo se fueron enderezando y miraban de nuevo hacia el sol y así, lentamente, fue recuperando su estilizada silueta. Cuando ya estuvo totalmente restablecida vio, mirándose al cristal, que era una hermosa flor, y pensó: ¡¡Vaya!! Hasta ahora no me he dado cuenta de quién era, ¿cómo he podido estar tan ciega?

La rosa descubrió que había pasado sus días sin apreciar su belleza. Sin mirarse bien a sí misma para saber quién era en realidad. Si quieres saber quién eres de verdad, olvida lo que ves a tu alrededor y mira siempre en tu corazón.



Autor: Rosa María Roé