sábado, 26 de mayo de 2018

La fragilidad de los Cangrejos.


Son casi las once de la noche cuando el avión toca la pista, tras un vuelo tranquilo de hora y media. Durante cada uno de aquellos noventa minutos, Mariana había imaginado el encuentro que iba a ocurrir al medio día siguiente. Había dibujado, borrado y vuelto a dibujar la escena en todos sus detalles: la ropa que llevarían; el perfume que, de nuevo, se elogiarían mutuamente; las primeras frases, que, como de costumbre, versarían sobre el viaje de él por carretera, el hotel escogido por ella, el restaurante donde irían a almorzar. Luego él le diría que estaba muy bella y ella le preguntaría por qué estaba tan hermoso.

Después, seguramente, habrá un silencio, mientras él conduce hacia la ciudad vieja y ella mira el mar y se pregunta cuándo volverá para quedarse junto a él. De ahí en adelante ya no podrán escapar de la nostalgia, porque ese día, por primera vez en mucho tiempo, no vendrá una ola de besos ávidos al cerrar la puerta de la habitación. No se quedarán en ese abrazo para entregarse al deseo por tantos días postergado. Ella sabe que mañana el temblor de las manos delatará la incertidumbre, y que al separar los labios, tras el beso, ambos se encontrarán con los ojos de un ciervo solitario.

El avión apenas comienza a detenerse y Mariana ya siente la humedad penetrando en la cabina. Su mente se empeña en anticipar los diálogos y sus desenlaces, pero ella trata de aquietarla invocando una sensación más próxima, como el aliento salobre del mar sobre su rostro cuando, en unos minutos, el taxi recorra la avenida. Se vuelve hacia la ventana mientras termina de cumplirse la maniobra de siempre: el aparato girando a la derecha para dejar su carga frente al pequeño edificio blanco, la voz de la tripulación dando las últimas instrucciones, los pasajeros apresurándose a sacar sus maletines de los compartimientos.

Esta vez, sin embargo, el momento de tedio termina con algo que Mariana ve bajo las alas del avión. Las linternas a ras de pista iluminan una multitud de cangrejos que trata desesperadamente de abandonar el asfalto para alcanzar la arena. Las luces azules y los faros del avión proyectan alrededor de ellos un juego de sombras que convierte a los pequeños crustáceos en enormes espectros. La imagen perturba profundamente a la mujer, que empieza a hacer conjeturas sobre la presencia de los animales en ese lugar. Seguramente habían cavado cerca de allí sus cuevas desde hacía siglos y siguieron haciéndolo a pesar de que el hombre les construyó encima un aeropuerto.

De pronto siente el impulso de compartir su hipótesis con alguien, pero sabe que el extraño al que tiene como vecino de asiento a lo sumo tratará de lanzar una mirada hacia la pista y hará un comentario insulso. Entonces piensa otra vez en él. Está segura de que se sorprendería tanto como ella, y de que también se conmovería al ver cómo esas criaturas, que en su medio natural logran intimidar a sus enemigos con sus tenazas absurdas y sus ojos proyectados en antenas, perecen, indefensos, bajo un tren de aterrizaje.
En el trayecto hacia el hostal el taxi pasa por la galería artesanal donde unos meses atrás habían comprado para él una pulsera idéntica a la que ella usaba y que se convirtió desde entonces en una suerte de alianza. Luego acaricia el anillo que lleva en la mano derecha; un regalo cuyo significado ella había tardado en comprender. O, tal vez, en creer. Y así, uno tras otro, llegan los recuerdos a reclamar su sitio en esa historia.

Aquella noche Mariana lleva a cabo una vez más el rito de deshacer la maleta en otra ciudad para darle la bienvenida al amor. Sólo que esta vez lo hace para iniciar la despedida. Mientras llega el sueño se pregunta de nuevo por qué los cangrejos no mudan sus refugios al lado opuesto de la pista, evitando la peligrosa travesía nocturna en medio de los reflectores.
Con la mirada fija en las vigas de cedro de aquella casona convertida en hostal, Mariana vuelve a proyectar en su mente las horas que tiene por delante. Se ve entregándose y entregándolo todo, una vez más. Se ve regresando a su casa dos días más tarde, en el mismo avión, con la mirada vacía, y se pregunta si al final de aquel viaje llegará viva al otro lado de sí misma. Esa noche que, de alguna forma, está dominada por el miedo se pierde en el silencio y se abriga con sombras espectrales.


Autor: Patricia Iriarte




17 comentarios:

  1. hay costumbres que son atávicas.
    Besos.

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  2. Que situaciones más patéticas se crean en las acciones repetitivas cuando el resultado es de un vacío absoluto.
    Un bueno relato el que nos compartes de este autor.
    Un abrazo y buen finde.

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  3. Es cierto que somos animales de costumbres...Pero, cuando nos decidimos a cambiar la situación y tomar decisiones, es inevitable sentir la duda y el miedo...Por eso Mariana, ve muy significativo el paso de los cangrejos por la pista...Ellos se arriesgan a cruzar la pista y le dejan un mensaje, que Mariana trata de descifrar...
    Un relato muy interesante. Mi gratitud por ello, Pilar.
    Mi abrazo y feliz fin de semana.

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  4. Me ha gustado el relato y muy interesante. Besos.

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  5. Un relato muy bueno.
    Me ha gustado mucho leerlo .

    Te mando un beso y te deseo un fin de semana muy feliz.

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  6. Al ver tanto cangrejo me ha recordado a las tortuguicas cuando nacen y se van todas juntas al mar.
    Buen finde y un abrazo.

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  7. Un bonito relato y muy bien escrito.Besicos

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  8. Cuanto vacío tras esos encuentros. Impresionante la parte de los cangrejos.
    Que pases muy feliz domingo.
    Besos.

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  9. Esta clase de encuentros son muy deprimentes y tristes. Los de los cangrejos me ha puesto los pelos como escarpias, solo de pensar que el avión tomase tierra sobre ellos.

    Un abrazo de Espíritu sin Nombre.

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  10. Hola amiga, unas letras que nos hace retroceder más de una vez a la pista de aterrizaje de nuestras vida, y es que no se puede vivir sin sentir daños colaterales que para mi representan los cangrejos, y que de seguro más de una vez hemos sentido en la soledad de un viaje, un hostal, un acantilado o simplemente en un parque lleno de niños que ya ni nos molestan…
    Encantada de volver a leerte. Un Beso.

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  11. El ser humano es destructivo por naturaleza y los pobres cangrejos son tontos. Ya pueden pasar siglos que ellos siguen con su ruta, A ver si un día uno de ellos reuniendo a muchos, hacen una barricada y mandan al avión a hacer puñetas.
    Me dan pena los indefensos.
    Un besito.

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  12. Las costumbres ahogan y devoran lo cotidiano. Este tipo de encuentros donde se busca lo que ya no existe son demoledores, tal y como tu muy bien describes muy bien este relato.
    Besos Pili.
    Puri

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  13. El viaje de la vida,tal vez?Para decir adios,para volver al silencio,para seguir doliendo..
    Y en medio vuelve la Naturaleza a poner en su sitio lo que algún día la mano del ser humano,invadió.La verdad es que da dentera pensar en ese aterrizaje.
    Me gustan tus textos.
    Besucos

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  14. ¡Hola Pirujiña!

    Nos dejas un interesante relato que da mucho para reflexionar, está claro que los cangrejos en la pista de aterrizaje, fue como un presagio para a Mariana que trata de analizar y que a cualquiera le daría un repelux.

    Me ha gustado mucho. Es un post bonito y también reflexivo. Gracias por compartir tus bellas letras, amiga.
    Te dejo mi inmensa gratitud y mi gran estima.
    Un besito y se muy, muy feliz.

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  15. La naturaleza tiene sus códigos y su forma de ser ...cada ser vivo es valioso en lo que convoca a su vida y lo que le rodean...ellos no han invadido nada...obedecen a su instinto natural, a lo esencial que es la supervivencia ...
    El ser humana recapitula a través de esa mirada lo que quizás debe poner en esencial, como algo primario, sobrevivir ...sobrevivir a una mentira...
    y buscar el real camino de la esencia de vida. tal como busca el cangrejo, el sitio de su natural existencia y que ha sido invadido ...
    es la vida...

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  16. un relato que extremece y pone los pelos de punta, unos cangrejos en la pista de aterrizaje y tu mente te hace la pelicula de tu vida, un besito

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