sábado, 14 de diciembre de 2024

El artesano de las nubes.

Cielo era un pueblo de montaña en el que vivían mas de cuatro mil personas, eso sin contar a los turistas que se acercaban hasta allí para poder contemplar los espectaculares amaneceres y las increíbles puestas de Sol que desde aquel lugar privilegiado se podían apreciar. Era todo un lujo para la vista contemplar aquellos acontecimientos únicos y diarios en los que la madre naturaleza empleaba las distintas gamas de colores como nadie.

Oto era uno de los habitantes de Cielo. Después de pasarse mas de la mitad del día estudiando, ayudaba a su padre, siempre había algo que hacer, que si sembrar la tierra, que si cultivarla, que si poner comida a los animales, que si limpiar, que si ordeñar, que si....

Un día el padre de Oto lo vio tan cansado que le dio el día libre. Oto se alejo del pueblo, no paro de andar y de andar hasta que para su sorpresa se encontró casi en lo alto de la montaña mas cercana a la que el habitaba.

- Por lo poco que me queda, subiré hasta la cima, se dijo, y continuo andando y andando hasta que se sintió justo debajo de un grupo de nubes. Sin darse cuenta de lo que hacia, levanto sus brazos para seguidamente con sus manos empezar a dar forma a una nube que cuando se alejo de el, su semblanza con un caballo era admirable.

Satisfecho con el resultado sus manos después trabajan en un muñeco de nieve, mas tarde en un coche y luego...Se le paso el tiempo volando y a pesar de bajar la montaña corriendo, llego muy tarde a su casa. Al día siguiente, y para su sorpresa, todo el mundo hablaba de los preciosos dibujos de nubes que se pudieron ver en el cielo de Cielo el día anterior.

- Te lo has perdido -hubo quien le dijo-, te los has perdido y una cosa así solo ocurre una vez en la vida, Oto estaba desorientado, las nubes habían pasado sobre su pueblo tal como el las había "trabajado", pero nada dijo.

Habían pasado tres meses desde el día de las nubes cuando su padre le volvió a dar un día libre. Se preparo mejor que la vez anterior y sin pensárselo mucho se encamino a la montaña desde la que tres meses atrás moldeara nubes a su antojo.

Esta vez se esforzó mas que la anterior, las nubes que pasaban por sus manos se trasformaban en pájaro, en faro, en barco....Ese día a la hora de regresar a su casa aun corrió mas que la anterior pero volvió a llegar muy tarde a su casa. Al día siguiente, y sin que a el le sorprendiese esta vez, todos hablaban de las formas de las nubes que habían cruzado el cielo de su pueblo.

- Ja, ja, ja, eres gafe, te lo has vuelto a perder, ni imaginarte puedes las bonitas formas de las nubes que pasaron ayer sobre Cielo.-Oto no dijo nada, pero se sintió muy orgulloso de ello.

Cuando al cabo de cuatro meses su padre le volvió a dar el día libre, Oto ya tenia pensado que hacer, se marcho varias montañas mas allá para dar nuevas formas a las nubes, cuando termino, al haberse desplazado con coche llego antes de que las nubes hiciesen su aparición sobre Cielo, que bonitas se veían desde su pueblo, era un doble espectáculo, por un lado poder ver las nubes, y por otro, ver lo ilusionada que la gente miraba al cielo.

En ese momento Oto oyó que la chica mas deseada del pueblo, Clara, entre suspiros le decía a su mejor amiga: si alguien superase tanta belleza sin duda seria mi príncipe azul. Poco después la puesta de sol se sumo a la fiesta y fue la guinda que corono aquel día en la memoria de Oto.

Tres meses después de lo sucedido el padre de Oto le concedió otro día libre, el joven soñaba con ser el príncipe azul de Clara, y llevaba todo ese tiempo intentando pensar en como se podría superar la belleza de aquel día.

Volvió a alejarse varias montañas, para una vez en la cima poder dar forma a las nubes, pero no contaba que aquel día ellas estaban mas altas que la cima de esa montaña, se puso hasta de puntillas, pero sus dedos solo las podían rozar. Para desahogarse de su mala suerte empezó a componer un poema para Clara, pero lo suyo no era componer, ni cantar, ni recitar. Simplemente y después de fracasar con las composiciones, les abrió el corazón a las nubes y les contó de su amor por Clara.

Oto bajo la montaña muy despacio, estaba triste, pero se sentía liberado, al menos se había desahogado y sus sentimientos ya no le pesaban tanto como antes.La sorpresa se la llevo al día siguiente, todo el que se cruzaba con el lo miraba de diferente forma que de costumbre, sospechaba que se había perdido algo hasta que tropezó con alguien que le pregunto:

-¿ Como lo hiciste ?, dime ¿ Como lo hiciste ?

-¿ Como hice que ?

- Lo de las nubes.

-¿ Quien te lo ha dicho ?- Pregunto Oto sorprendido.

-¿ Que quien me lo ha dicho ? Ja, ja, ja, tu mismo.

-¿ Yo ?, Eso no es verdad, no le he dicho nada a nadie.

- Entonces dime, ¿Como es que lo sabe todo el pueblo?

- No lo se. - Oto se sentía muy confundido.

- Lo que no entiendo es como se te ocurrió hablarles a las nubes, y mucho menos como has conseguido que ellas transmitiesen tu sentir.

-¿ Que ?

- Por cierto, Clara te anda buscando, y no me extraña después de esa "lluvia" de bonitas frases que cayeron sobre Cielo.


Autor: SOL-O-LUNA


sábado, 7 de diciembre de 2024

Las lavanderas castigadas.

En una pequeña aldea de las montañas alemanas se celebraban con gran brillantez las fiestas de Pentecostés. Todos los vecinos engalanaban la noche de víspera sus balcones con colgaduras y guirnaldas de flores y al amanecer de aquel día aparecía la aldea radiante de luz, de animación y de colorido.

Habitaba en el pueblo un pobre anciano con dos hijas mozas, muy bellas, pero que vivían tan estrechamente que no tenían siquiera una tela con que adornar la sola ventana de su humilde choza. Las muchachas estaban apenadas de que fuera su casa la única del pueblo que no se sumase a la fiesta religiosa, y, entristecidas, se acostaron, pensando, en el despertar del día siguiente. Ya en la cama, las dos hermanas idearon que podían lavar aquella noche la única sábana que tenían y adornar con ella su ventana, cubriéndola de flores. Calladitas, se levantaron, para no hacer ruido, para que el padre no se enterara de que se iban.

Tenían que atravesar un espeso monte para llegar al río, y las dos hermanas iban muy cogidas del brazo, con gran miedo, sobresaltándolas todas las sombras que veían. La noche estaba envuelta en tinieblas, un viento huracanado movía los árboles, y hacía crujir las ramas, que se inclinaban amenazadoras ante las dos temblorosas muchachas.

Las jóvenes, con el miedo, se perdieron y tardaron en encontrar el río. Por fin vieron relucir el agua y se arrodillaron a la orilla para lavar con gran prisa entre las dos.

Una de ellas dijo:

-¿qué hora será? Porque desde las doce de la noche es fiesta y es pecado trabajar.

Su hermana la tranquilizó diciendo que faltaba mucho para la medianoche, y afanosas continuaron su tarea, para acabar pronto, antes de que su padre despertara y viera que habían salido.

Tan preocupadas estaban lavando que no se dieron cuenta de que en el lejano reloj de la iglesia daban las doce, ni que el cielo se encapotaba y amenazaba una tormenta. De repente, hinchándose la corriente del río con sordo ruido y revolviéndose el agua en torbellinos de espuma, se desbordó arrastrando a las infelices muchachas, que envueltas en la sábana fueron llevadas por el agua.

El día siguiente amaneció despejado y luminoso. La aldea hervía de animación y bullicio, con la nota alegre de sus floridos balcones.

El viejo despertó con la algazara y bullicio callejeros, las músicas y canciones populares que resonaban en la aldea. Buscó a sus hijas por la casa, y al no verlas, pensando que habían ido por flores y plantas para enramar la ventana, salió en su busca. Al llegar al bosque, preguntó a un arriero si había visto a dos jóvenes rubias y muy bellas. Pero el arriero a nadie había encontrado.

Siguió andando, y preguntó a unos labriegos si habían visto a dos jóvenes muy hermosas, pero ellos con nadie se habían cruzado en el camino. Más allá vio a un pobre viejo y, acercándose a él, le hizo la misma pregunta. El viejo respondió que las había visto la noche anterior, cuando, con un lío de ropa en la mano, se dirigían hacia el río. Sintió el padre un golpe en el corazón ante la noticia, pues habían pasado muchas horas.

Con ansiedad se dirigió al arroyo y encontró a un pastor con su rebaño, que pacía en las praderas de la orilla, y le preguntó si había visto por allí a sus hijas. El pastor le contó que había visto que el río desbordado arrastraba con su impetuosa corriente los cadáveres de dos muchachas rubias envueltas en un sudario blanco.

El anciano padre, loco de dolor, corrió gritando por la orilla del río, y preguntando por sus hijas a todos los que veía. Todos le contestaban: ¡más abajo!

Continuó corriendo siempre y llamándolas con tristes alaridos, que todavía se escuchan por las noches en las márgenes del río, sin que hasta el presente haya logrado el pobre anciano dar con el paradero de sus hijas.

Dice la gente del país que en los aniversarios del trágico suceso se oye desde la orilla del río el golpear de la ropa de unas invisibles lavanderas nocturnas. Muchos han pretendido sorprenderlas, y al ir acogerlas, el ruido se oye en la orilla opuesta.


Autor: Desconocido.