La joven Deneb se sintió fascinada sobre todo por un hermoso robledal, extenso y tupido, y le gustaba pasear bajo sus árboles durante el día, y bailar en un hermoso claro sembrado de flores, en las noches a la luz de la luna llena.
En una de esas noches de luna llena dio la casualidad que pasaba por allí un joven druida, que estaba recolectando el sagrado muérdago para sus ceremonias mágicas, le sorprendió la luz que se desprendía del claro, pues era noche cerrada y aunque había luna llena, las altas y frondosas copas de los robles la ocultaban en parte. El druida, curioso, decidió investigar y descubrir a que se debía ese fenómeno; y cuál fue su sorpresa al ver que la causante de aquel resplandor no era otra cosa que una hermosísima doncella, vestida de blanco y que resplandecía casi más que la misma luna, y que bailaba, casi flotaba etérea en el claro, sobre un lecho de flores silvestres.La visión le dejó unos minutos como privado de sus sentidos, incapaz de moverse, de articular palabra, casi sintió que se le paraba el corazón… Al recobrar sus sentidos sintió como si su corazón se inundara de esa luz que emanaba la doncella, y en su mente sólo había espacio para una sola cosa, saber quién era, de donde venía, acercarse a ella. En ese momento ella se paró, le miró a los ojos, y empezó a cantar una canción, la melodía era tan hermosa que aunque el joven druida no entendía, pues Deneb cantaba en la lengua de las hadas, su corazón se llenó de amor por ella. Se acercó hacia ella, despacio, temiendo que se asustase y se marchase, o que fuera un espejismo, fruto de su imaginación… quería comprobar que era real. Cuando terminó la canción, ella se acercó y lentamente le besó en los labios, un beso dulce lleno de amor y ternura. Pero desgraciadamente no pensó que su brillo, su luz esa energía tan intensa que tenía, pudiera dañar al joven mortal. El rostro del druida quedó completamente desfigurado. Al ver lo que su amor había hecho al druida, Deneb se sintió desolada y rompió a llorar, y sus lágrimas eran diminutas lucecitas. El druida intentó consolarla diciéndole que no le importaba su aspecto, que no le había dolido, que no quería que se marchase, pero ella sabía que jamás podrían estar juntos, pues su amor le mataría.Pero antes de marcharse, y como regalo para él, las lágrimas luminosas que había derramado, las esparció al aire, sembrando todo el cielo de lucecitas diminutas y brillantes, que cada noche brillarían, alumbrándolo y recordándole que aunque su unión fuera imposible, Deneb siempre le amaría.
Cuando regresó a las Montañas de la Luna, se encerró en el más alto de los picos, en la torre de Mármol, y desde allí todas las noches siembra de estrellas el cielo, cumpliendo así su promesa de amor.