sábado, 25 de enero de 2020

La Dama de las Estrellas.


Es la historia de “La Dama de las estrellas”, como se la llama entre las hadas nocturnas. Las hadas nocturnas son las hadas más tímidas y reservadas del país. Viven en los picos más elevados de la mayor cordillera del país “Las Montañas de la Luna”. De hecho, según una leyenda ancestral, la Luna que alumbra vuestro mundo no es sino un hada, que fascinada por vuestro mundo pero demasiado tímida para acercarse, quedó para siempre atrapada entre los dos mundos, desde donde lo que más le gusta es amparar y proteger a los amantes, por eso es la Luna la que rige los ciclos vitales… Por eso todas las mujeres enamoradas invocan a la luna, saben que las bendecirá con ver su amor correspondido.

Pero no era de la Luna de quien quería hablaros, sino de la Dama. En su juventud fue un hada llamada Deneb, la más brillante y luminosa de todas las hadas nocturnas. Y como casi todas nosotras en algún momento de nuestras vidas, sintió la llamada de la aventura y visitó vuestro mundo. Por entonces vuestro mundo era joven, cuando todavía los mortales respetaban todo lo que les rodeaba, vivían en armonía con la naturaleza y le rendían culto.

La joven Deneb se sintió fascinada sobre todo por un hermoso robledal, extenso y tupido, y le gustaba pasear bajo sus árboles durante el día, y bailar en un hermoso claro sembrado de flores, en las noches a la luz de la luna llena.

En una de esas noches de luna llena dio la casualidad que pasaba por allí un joven druida, que estaba recolectando el sagrado muérdago para sus ceremonias mágicas, le sorprendió la luz que se desprendía del claro, pues era noche cerrada y aunque había luna llena, las altas y frondosas copas de los robles la ocultaban en parte. El druida, curioso, decidió investigar y descubrir a que se debía ese fenómeno; y cuál fue su sorpresa al ver que la causante de aquel resplandor no era otra cosa que una hermosísima doncella, vestida de blanco y que resplandecía casi más que la misma luna, y que bailaba, casi flotaba etérea en el claro, sobre un lecho de flores silvestres.

La visión le dejó unos minutos como privado de sus sentidos, incapaz de moverse, de articular palabra, casi sintió que se le paraba el corazón… Al recobrar sus sentidos sintió como si su corazón se inundara de esa luz que emanaba la doncella, y en su mente sólo había espacio para una sola cosa, saber quién era, de donde venía, acercarse a ella. En ese momento ella se paró, le miró a los ojos, y empezó a cantar una canción, la melodía era tan hermosa que aunque el joven druida no entendía, pues Deneb cantaba en la lengua de las hadas, su corazón se llenó de amor por ella. Se acercó hacia ella, despacio, temiendo que se asustase y se marchase, o que fuera un espejismo, fruto de su imaginación… quería comprobar que era real. Cuando terminó la canción, ella se acercó y lentamente le besó en los labios, un beso dulce lleno de amor y ternura. Pero desgraciadamente no pensó que su brillo, su luz esa energía tan intensa que tenía, pudiera dañar al joven mortal.

El rostro del druida quedó completamente desfigurado. Al ver lo que su amor había hecho al druida, Deneb se sintió desolada y rompió a llorar, y sus lágrimas eran diminutas lucecitas. El druida intentó consolarla diciéndole que no le importaba su aspecto, que no le había dolido, que no quería que se marchase, pero ella sabía que jamás podrían estar juntos, pues su amor le mataría.

Pero antes de marcharse, y como regalo para él, las lágrimas luminosas que había derramado, las esparció al aire, sembrando todo el cielo de lucecitas diminutas y brillantes, que cada noche brillarían, alumbrándolo y recordándole que aunque su unión fuera imposible, Deneb siempre le amaría.

Cuando regresó a las Montañas de la Luna, se encerró en el más alto de los picos, en la torre de Mármol, y desde allí todas las noches siembra de estrellas el cielo, cumpliendo así su promesa de amor.





sábado, 18 de enero de 2020

Las tres fechas de Bécquer...


En algunas placas colgadas en las esquinas de las callejuelas toledanas se destaca el dibujo de una hoja de los naranjos, los amantes del Toledo mágico saben descifrar su símbolo, un vivo recuerdo a Gustavo Adolfo Bécquer, a las leyendas toledanas que relató.

Se encontraba el poeta paseando un día por la plaza de Santo Domingo El Real, cuando vio como las cortinillas de una de las ventanas se levantaban para volver a caer con rapidez, ocultando a sus ojos la persona que le miraba. Bécquer volvió a pasar otra tarde y nuevamente ocurrió el mismo hecho, pero no pudo distinguir a nadie en concreto; sin embargo, su sensibilidad como poeta, no le dejo duda que se trataba de una bella mujer, que la conocía y que ella quería expresarle algo... Aquel día sacó su lápiz y apuntó en su cuaderno lo que llamo “ la primera fecha”.

Pasados unos meses, Bécquer vuelve a Toledo, y en otra de sus salidas por esta parte de la ciudad, estando dibujando la portada del viejo convento, creyó ver que desde la misma ventana, una blanca y juvenil mano le saludaba, sin que pudiera percibir rostro alguno. Nuestro poeta espero durante algún tiempo para ver si se repetía el suceso pero ya no volvió a ver aquella misteriosa mano.

Llegó la hora en que tenia que partir hacia Madrid, donde residía, pero antes de guardar sus dibujos apuntó en su cuaderno esta “segunda fecha”

Pasó un año hasta que el poeta volvió nuevamente a esta plaza sin que se le hubieran borrado del todo aquellos recuerdos. Llegándose, le pareció oír las notas de un órgano y los cantos religiosos de voces femeninas que salían del convento.

Preguntó a un mendigo que se hallaba junto a la puerta qué se celebraba ahí, y éste le contestó que se trataba de una toma de hábitos para una novicia.

Entrigado Bécquer por ver el desarrollo de este ritual, entró en la iglesia y vio como los sacerdotes envueltos en el incienso se dirigían al fondo del templo donde se hallaba la virgen que iba a ser consagrada ese día con Dios.

Vio como la abadesa, en una acto ceremonial, cortó a la joven el largo cabello que tenía, le quitó las joyas que llevaba y la desnudó de su traje ordinario para ponerle el hábito, vio también como la joven se tumbaba boca abajo en el suelo y se la cubría con pétalos de flores en medio del sonido de una triste melodía.

Acabado el rito, se abrió una puerta dentro del coro por donde la nueva esposa de Dios entró hacia la clausura; en ese momento el poeta pudo ver su rostro y se dio cuenta que él conocía a aquella muchacha sin haberla visto nunca, era la mujer de la mano blanca que le saludaba desde las ventanas del convento.

Quiso gritar para expresar sus sentimientos, pero no pudo. En aquel mismo instante se cerraba para siempre la puerta claustral.

Pregunta con impaciencia a una viejecita quién era la muchacha... y ésta le dijo que se trataba de una joven que se encontraba sola en el mundo tras la muerte de sus padres y, viéndola así, el deán de la catedral, le ofreció una dote para que pudiera tomar el velo.

Cuando nuestro poeta le pregunta donde vivía esa mujer, no pudo contener sus sentimientos al saber que era aquella casa donde vio por primera vez levantarse y caerse las cortinas de la ventana.

Esta es “La tercera fecha” de Bécquer, que nunca fue escrita porque el poeta la llevó en un sitio donde no se borraría jamás, donde nadie más la puede leer, en su corazón.




Nouaman Aouraghe - "HUELLAS, Viaje por el Toledo de las leyendas".




sábado, 11 de enero de 2020

Marpiyawin y los Lobos.


Los sioux eran una tribu viajera, iban de campamento en campamento, a lo largo del año. Se sentían a gusto en cada nuevo lugar pues no se mudaban a sitios extraños, sino que conocían bien todos los mejores lugares para establecer sus aldeas. Alzar y bajar los tipis era una tarea fácil a la cual estaban acostumbrados y que realizaban con gran rapidez. Cuando escaseaba la pastura para los caballos, cuando la caza se alejaba, cuando el agua de un arroyo era más abundante en otro sitio o cuando llegaba el invierno, los sioux movían sus campamentos.

Un día, la aldea entera estaba en marcha muchas mujeres y niños formaban la partida. Numerosos caballos de carga acarreaban los tipis y enseres; los hombres cuidaban los caballos de guerra y de caza, todos avanzaban. Entre ellos, iba una joven con un perrito. El cachorro era juguetón y ella lo quería mucho, pues lo había cuidado desde recién nacido, cuando aún no abría los ojos. El camino se le hacia corto pues el cachorro jugaba con ella y los demás muchachos.

Cuando oscureció, vio que el perro no estaba. Lo buscó en el campamento y vio que nadie lo tenía. Lo llamó. "Tal vez se habrá ido con los lobos, como otros perros de la aldea, y regresará pronto. Tal vez volvió al viejo campamento", pensó la muchacha recordando las costumbres de los demás perros de la aldea.

Sin decir ni una palabra a nadie, regresó a buscarlo. No había riesgo de perderse, conocía bien el camino. Volvió hasta donde quedaban las huellas del campamento de verano, allí durmió. Esa noche cayó la primera nevada de otoño sin despertarla. A la mañana siguiente, reanudó la búsqueda.

Esa tarde nevó más fuerte y Marpiyawin se vio obligada a refugiarse en una cueva. Estaba muyoscura, pero la protegía del frío. En su bolsa llevaba wasna, carne de búfalo prensada con cerezas semejante al queso seco, y no tendría hambre.

La muchacha durmió y en sueños tuvo una visión: los lobos le hablaban y ella les entendía; cuando ella les dirigía la palabra, también parecían comprenderla. Le prometieron que con ellos no pasaría hambre ni frío. Al despertar, se vio rodeada de lobos pero no se asustó.

Varios días duró la tempestad y los lobos le llevaban conejos tiernos para que comiera; de noche, se acostaban junto a ella para calentarla. Al poco tiempo eran ya muy amigos.

Cuando la nevada escampó los lobos se ofrecieron a llevarla a la aldea de invierno. Atravesaron valles y arroyos, cruzaron ríos y subieron y bajaron montañas hasta llegar al campamento donde estaba su gente. Allí Marpiyawin se despidió de sus amigos. A pesar de la alegría que sentía de volver con los suyos, se entristecía de dejar a los lobos. Cuando se separaron, los animales le pidieron que les llevara carne grasosa a lo alto de la montaña. Contenta, ella prometió volver y se dirigió al campamento.

Cuando Marpiyawin se acercó a la aldea, percibió un olor muy desagradable. ¿Qué sería? Era el olor de la gente. Por primera vez se daba cuenta de cuán distintos son el olor de los animales y el de las personas. Así supo cómo rastrean los animales a los hombres y por qué su olor les molesta. Había pasado tanto tiempo con los lobos que había perdido su olor humano.

Los habitantes de la aldea se pusieron felices al verla, pensaban que la había secuestrado alguna tribu enemiga. Ella contó su historia y señaló a los lobos, apenas se veían sus siluetas dibujadas contra el cielo, en lo alto de la montaña.

-Son mis salvadores -les dijo, gracias a ellos estoy viva.

La gente no supo qué pensar. Todos le dieron carne para que la ofreciera a los lobos. Estaban tan contentos y sorprendidos que mandaron un mensajero a cada tipi, para avisar que Marpiyawin había regresado y para pedir carne para sus salvadores.

La muchacha llevó la comida a los lobos; durante los meses de crudo invierno alimentó a sus amigos. Nunca olvidó su lengua y, a veces, los gritos de los lobos que la llamaban se oían por toda la aldea. Se hizo vieja, los demás le preguntaban lo que querían decir los lobos. Así, sabían si se acercaba una nevada o si merodeaba algún enemigo. Fue así como se le dio a Marpiyawin el sobrenombre de "Wiyanwan si kma ni tu ompiti": la vieja que vivió con los lobos.


Autor: Desconocido.




sábado, 4 de enero de 2020

El Espíritu del Sauce.


En el jardín de un rico samurái en Kioto, crecía un magnífico sauce llorón, de bellas ramas gris-plata. Pero el samurái no sentía simpatía por el sauce, porque estaba convencido de que le traía desgracia, según la opinión de muchos japoneses, tanto que un día decidió derribarlo. Comunicó sus propósitos a un vecino, el noble samurái Inabata.

-No lo derribes-dijo Inabata. Sé cierto que los sauces suelen ser la prisión de algún espíritu. Es un árbol magnifico. Dámelo que lo plantaré en mi jardín.

El otro accedió. Inabata hizo transportar la planta a su jardin,  allí lo trasplanto y cuidó con esmero. Lo regaba él mismo, lo preservaba con una pantalla de hojas, del ardiente sol estival y de las intemperies invernales, y pasaba buena parte de su tiempo contemplándolo con amor.

Una mañana, al bajar como solía al jardín para visitar el árbol, encontró apoyada en el tronco a una muchacha de rara belleza. Pasada la sorpresa del primer instante el samurái no preguntó a la desconocida quién era ni cómo pudo entrar en su casa y le ofreció una taza de té.

La desconocida aceptó de buen agrado la invitación y se mostró tan agradable y tan alegre y simpática que hechizado por su hermosura y su ingenio, Inabata acabó por pedirle si quería casarse con él. La mujer acepto con entusiasmo y las bodas fueron celebradas el mismo día. Los esposos vivieron felices durante algunos años y tuvieron un hermoso niño, al que le pusieron por nombre Yanagi. Pero la felicidad de este mundo tarde o temprano, tiene fin.

Un mal día, el señor de Kioto mandó a unos hombres a la casa de Inabata con la orden de derribar el sauce. Había sucedido que en el templo de Kioto, una pilastra se había quebrado y los sacerdotes dijeron que para repararla, era menester el sauce más hermoso de la ciudad. Y dado que el sauce de Inabata, al decir de todo el mundo, era el más bello ejemplar que podía imaginarse, había obtenido del soberano la orden de derribarlo. El samurái se inclinó respetuoso ante el mando de su señor, aunque sintiese su corazón oprimido por la angustia. Pero cundo los hombres bajaron al jardín para iniciar su trabajo, la esposa se acercó al atribulado Inabata y le dijo:

-Debo hacerte una confesión. Tú has tenido la delicadeza de no preguntarme nunca quien soy . También yo hubiese preferido guardar el secreto pero a hora ya no es posible. Yo soy el espíritu del sauce. Cuando impediste a tu vecino que lo derribase, sentí una inmensa gratitud por ti. Cuando me acogiste en tu jardín y me atendiste con tanto cariño, mi reconocimiento se transformo en amor, he aquí que fui tu esposa. Mas ahora debo morir. Tú no puedes y no debes desobedecer a tu señor. Sufro mucho al tener que separarme de ti, pero te dejo la mejor parte de mí misma, nuestro hijito Yanagi, que estará siempre a tu lado, te amará y te honrará. Adiós.

Inabata, desesperado, quiso detenerla, tendió los brazos mas sólo estrecho el aire. La mujer, convertida ya en un fantasma, se dirigió hacía el sauce y desapareció en su tronco.

Los hombres enviados por el señor de Kioto no se habían dado cuenta de nada y continuaban golpeado a hachazos la base del árbol para derribarlo. Finalmente, entre crujidos y gemidos, que parecían suspiros humanos, el sauce cayó al suelo. Ahora era necesario transportarlo hasta el templo. Pero el árbol tendido en tierra se resistía a todos los esfuerzos. Entonces los hombres pidieron ayuda, fueron al jardín de Inabata todos los ciudadanos jóvenes y robustos, una cuerda fue atada al tronco, y trescientos hombres empezaron a tirar de ella. En vano. El sauce permanecía quieto y no se movía ni un centímetro.

Inabata y Yanagi observaban asombrados aquel prodigio. En esto el pequeñoYanagi que entonces sólo tenía cuatro años, se acercó al sauce, le acarició suavemente las hojas de plata y luego cogiendo una rama, murmuro:

-Ven conmigo.

El árbol cedió al dulce ruego, se agitó y se puso en movimiento, llevado por la mano del niño dócilmente, la planta se dejó transportar hasta el templo.

Autor: Desconocido.