sábado, 25 de noviembre de 2023

La Maleta.

Esta mañana encontré en la estación de tren a una mujer vestida de oscuro. Llevaba una gran maleta con dos grandes hebillas. En el banco, dos bolsas de plástico anudadas llenas de ropa y un par de bolsos de mano con libros. En la mano, un monedero que agarraba con fuerza.

Tenía la mirada triste. Nos miramos y ella suspiró insinuando que no podría con tanto equipaje y luego encogió los hombros para quitarle importancia y decir que eso era lo de menos. Le sonreí para darle un poco aliento y le dije que no se preocupara, que cuando llegara el tren ya la ayudaría a subir sus enseres.

Me dijo que estaba nerviosa y le respondí que era normal cuando uno emprende viaje. Me explicó entonces que volvía a casa después de seis meses de duro trabajo en un centro porque su madre, que ya era mayor, le había dicho que allí la necesitaban más.

La maleta y el resto del equipaje estaban a rebosar, pero me dijo que sólo era ropa, que lo más importante era el dinero ahorrado que llevaba en el monedero y el cariño que dejaba atrás.

– No me dio tiempo casi de despedirme…Algunos ni siquiera saben que me he ido…-me dijo mientras sus ojos azules intentaban contener las lágrimas.

Subimos al tren, cada una con la mitad de sus enseres. Allí me di cuenta que llevaba un colgante de plata, una artesanía hecha a mano, con un sol, una luna y una estrella perforados. La hacían elegante pero a mi me hicieron pensar que simbolizaban sus largas jornadas de trabajo desde la mañana hasta el anochecer. Probablemente un regalo de los que gracias a ella tuvieron sus días más livianos.

Cuando llegó mi estación, la abracé y le deseé buen viaje y mucha suerte. Me sonrió con tristeza.

Antes de que la puerta del tren se cerrara me giré para mirarla. La vi. de pie, haciendo guardia delante de su gran maleta y sus bolsas. Se llevó la mano al collar y acarició el medallón.

Esta mañana encontré en la estación de tren a una mujer vestida de oscuro. Llevaba una gran maleta con dos grandes hebillas pero dos bolsas a rebosar y un par de bolsos con libros. Viajaba triste, porque todavía no se había dado cuenta que el equipaje más valioso ya lo llevaba consigo, todo el cariño de la gente que había conocido estaba en su corazón.


Fin


Autor: Lydia Giménez Llort


sábado, 18 de noviembre de 2023

Leyenda de la Victoria Regia.

Según una leyenda antigua brasileña, existió una tribu que consideraba a la Luna como una diosa a la que llamaban Jaci. Esta diosa tenia por costumbre recorrer los cielos para poder buscar a las mas hermosas vírgenes indígenas desde lo alto, y transformaba en estrellas a aquellas que consideraba mas bellas. Aunque en ocasiones se escondía tras las montañas para poder pasar mas tiempo con las vírgenes que había elegido y estas le hacían compañía durante las noches.

Un buen día, una joven guerrera y princesa de nombre Naiá, comenzó a soñar con el momento en que la diosa Luna la reclamaría para ocupar un lugar en los cielos nocturnos. A pesar de las advertencias de los sabios que le recordaron que si accedía a marcharse con Jaci, perdería su cuerpo, convirtiéndose en apenas un punto de luz sobre el oscuro tapiz celeste. Naiá ignoro toda advertencia y busco incansablemente la forma de encontrarse con Jaci, tratando de alcanzarla en interminables viajes nocturnos, pero la diosa parecía ignorar su presencia y sus constantes esfuerzos.

Durante una de esas noches de viaje, Naiá contemplo la imagen de Jaci en las tranquilas aguas de un lago, y segura de que la diosa al fin había descendido para reunirse con ella, la princesa se lanzo al agua para no volver a salir jamas. La diosa contemplo la escena y se compadeció de la muchacha, aunque en lugar de salvar su vida decidio concederle sus deseos y convertirla en estrella, pero no una cualquiera sino en una distinta.

Así fue como la princesa paso a trasformarse en la "Estrella de las Aguas", la llamada Victoria Regia, el mayor de los lirios de agua y cuyas hojas solo se abren completamente durante la noche.


Autor: Desconocido.


sábado, 11 de noviembre de 2023

El Espejo (Leyenda Japonesa)

Había una vez en Japón, hace muchos siglos, una pareja de esposos que tenía una niña. El hombre era un samurai, es decir, un caballero, no era rico y vivía del cultivo de un pequeño terreno. La esposa era una mujer modesta, tímida y silenciosa que cuando se encontraba entre extraños, no deseaba otra cosa que pasar inadvertida.

Un día es elegido un nuevo rey. El marido, como caballero que era, tuvo que ir a la capital para rendir homenaje al nuevo soberano. Su ausencia fue por poco tiempo, el buen hombre no veía la hora de dejar el esplendor de la Corte para regresar a su casa.

A la niña le llevó de regalo una muñeca, y a la mujer un espejo de bronce plateado (en aquellos tiempos los espejos eran de metal brillante, no de cristal como los nuestros). La mujer miró el espejo con gran maravilla: no los había visto nunca. Nadie jamás había llevado uno a aquel pueblo. Lo miró y, percibiendo reflejado el rostro sonriente, preguntó al marido con ingenuo estupor:

— ¿Quién es esta mujer?

El marido se puso a reír:

— ¡Pero cómo! ¿No te das cuenta de que este es tu rostro?

Un poco avergonzada de su propia ignorancia, la mujer no hizo otras preguntas, y guardó el espejo, considerándolo un objeto misterioso. Había entendido sólo una cosa: que aparecía su propia imagen.

Por muchos años, lo tuvo siempre escondido. Era un regalo de amor; y los regalos de amor son sagrados.

Su salud era delicada, frágil como una flor. Por este motivo la esposa desmejoró pronto, cuando se sintió próxima al final, tomó el espejo y se lo dio a su hija, diciéndole:

— Cuando no esté más sobre esta tierra, mira mañana y tarde en este espejo, y me verás. Después expiró. Y desde aquel día, mañana y tarde, la muchacha miraba el pequeño espejo.

Ingenua como la madre, a la cual se parecía tanto, no dudó jamás que el rostro reflejado en la chapa reluciente no fuese el de su madre. Hablaba a la adorada imagen, convencida de ser escuchada.

Un día el padre la sorprende mientras murmuraba al espejo palabras de ternura.

— ¿Qué haces, querida hija?, le pregunta.

— Miro a mamá. Fíjate, No se le ve pálida y cansada como cuando estaba enferma: parece más joven y sonriente.

Conmovido y enternecido el padre, sin quitar a su hija la ilusión, le dijo:

— Tú la encuentras en el espejo, como yo la hallo en ti.



sábado, 4 de noviembre de 2023

Laguna de Vacares.

En las alturas de Sierra Nevada, cerca del pico Veleta, existió (o quizás existe aún) una honda laguna de aguas heladas y limpísimas. Mucha personas aseguraban que la laguna estaba encantada y que era punto de encuentro para magos o brujas, sucediendo allí cosas tan extrañas que nadie, en su sano juicio, se atrevería a acercarse a ella de noche.

Sucedió que un pastor que buscaba unas ovejas perdidas, llegó un anochecer hasta las mismas orillas de la laguna, cuando le pareció oír fuertes voces. Muerto de pavor por todo lo que de sobrenatural había escuchado acerca del lugar, se refugió tras unas rocas y desde allí pudo ver  lo que pasaba.

Dos hombres muy altos y ricamente ataviados, uno de los cuales sostenía en sus manos un libro del que parecía brotar un vivo resplandor y el otro portando una gran red dorada, estaban de pie a la misma orilla del agua. El que sostenía el libro leyó con voz tonante un largo párrafo, en un incomprensible lenguaje y terminada la lectura, dijo a su compañero:

-Ya puedes lanzar la red -.

La red se hundió en al agua y al momento se vio que ya estaba bien cargada. Los dos hombres unieron esfuerzos sacándola a la orilla. Para asombro del pastor, la  red contenía un brioso caballo negro.  El hombre del libro dijo:

-"No, este no es. Echemos de nuevo la red"-.

Y la red volvió al agua y como la vez anterior enseguida se notó que estaba llena. Fuera del agua, los hombres vieron un caballo variegado, con mejor estampa que el anterior pero que tampoco pareció satisfacerles así que volvieron a echar la red al agua. Y ahora, un hermoso caballo blanco de finas patas y espesas crines, se mostró ante sus ojos.

-Este es el caballo que buscamos- dijo el hombre que había rechazado a los anteriores. -Ya podemos seguir nuestro viaje.

Los dos hombres, susurraron por turno unas palabras al oído del caballo, que asentía con la cabeza y subieron sobre el blanco animal surgido de las aguas. Durante unos momentos el caballo caracoleó alegremente y después de un breve trotecillo, se elevó en el aire como si no soportara ningún peso, describió un gran círculo sobre la laguna y en menos tiempo del que se tarda en contarlo desapareció en el cielo.

Muchos valientes subieron a la montaña y muchos tiraron grandes redes al agua, queriendo comprobar y ver lo que el pastor había visto aquel anochecer, pero nadie jamás volvió a ver a los dos extraños hombres ni nadie logró enganchar en sus redes ningún caballo volador.


Autor: Desconocido.