sábado, 29 de diciembre de 2018

Seré la Brisa en tu Ventana.


Le pediré al viento que me haga uno con el para llegar hasta tu ventana entrar lentamente en tu cuarto, y verte dormir, pasar suavemente por tu cuerpo, hacerte suspirar, erizar tu piel, y que quizá por un segundo sueñes que te cobijan mis brazos, que sea mi aire el que respires para así vivir dentro de ti aunque sea una sola noche.

Delicadamente moveré las cortinas que cuelgan de tu ventana, para cumplir la promesa que le hice a la luna, me dijo que quería verte porque no me creyó cuando le dije que había visto resplandor mas grande que el suyo, una estrella con luz propia y que nunca perdía su brillo al amanecer, además le dije: luna toda ella hace que tu amado el sol parezca simplemente una estrella mas.

No te quiero despertar, tan quieta, delicada, hermosa, más que aquella rosa, déjame jugar con uno de tus pétalos, te prometo cuidarlo, hacerlo volar, pero antes le pediré a la muñeca de trapo que me prometió cuidarte que con mi ayuda caiga suavemente sobre tu cuerpo, para hacerte despertar y ver tus ojitos brillar, así la luna no tendrá duda que cualquier otra estrella ante ella es simplemente una estrella fugaz.

Se que el cielo de tu cuarto no te impide ver la estrella en el firmamento que lleva mi nombre, con el cristal del recuerdo puedes ver mas haya, no hay paredes ni muros, no hay tiempo ni espacio, al lugar de lindos recuerdos y bellos momentos puedes ir en un instante. El viento me atrae fuertemente hacia la ventana, parece que a acabado mi tiempo, le pediré a la muñeca de trapo me escriba un nota para dejarla sobre tu repisa, que diga: cada vez que sientas que una suave y delicada brisa en este lugar, recuerda que estuve aquí.

Me voy, te dejo quieta, callada y hermosa sobre tu cama, antes te he visto soñar pero nunca olvidare este día, el día en que te vi dormir, en que pude tocarte sin despertar tus miedos, el día que respiraste mi aire y que pude vivir dentro de ti aunque fuera un instante, cada vez que una pequeña brisa toque tu piel recuerda que estuve aquí.


Autor: Desconocido.



sábado, 22 de diciembre de 2018

Dutieng (Cuento Compartido)


Hola amigos, hoy quiero compartir con vosotros este cuento navideño, he de decir que el cuento en su dia (Dicciembre 2012), lo compartimos mi querido mago karras y yo, el me prepuso hacerlo a medias, la verdad que el que lo escribió casi todo fue el como podéis suponer, yo solo le puse unas letrillas y las imágenes que en parte alguna también es de el:) 
Echándote mucho de menos mi querido mago, siempre en mi corazón.

Dutieng  tiene ocho años.  Es un niño muuuuyyyy ocupado, tanto, que desconoce el significado de la palabra juego. No,  Dutieng no estudia, no lee, no escribe y apenas se relaciona con otros niños de su edad.  Él desde hace tiempo tiene que ayudar a su familia, esta se compone tan solo de dos hermanas menores que Él.

Vive en una pequeña aldea en el corazón de África. Se levanta al amanecer porque ha de llevar a pastar,  a las cuatro vacas de que disponen y cuidar de que ningún animal las ataque. Para ello se ayuda de un palo y de los gritos que lanza cuando se acerca alguna hiena o (en ocasiones) algo más grande. Hasta ahora ha tenido suerte, tan solo tuvo que lamentar la pérdida de un ternero el año pasado. Eso pasó porque se reunieron varias alimañas si no Él hubiera resuelto la situación como otras veces, o al menos eso esperaba.

Imagen de Karras
Pero es cierto que cada vez los animales son más osados y se atreven más. Pese a su corta edad sabe que es cuestión de tiempo. Diariamente reza como le enseñaron sus antepasados, y en sus plegarias no hay peticiones infantiles,  reza...... por el sustento del siguiente día.

Sus abuelos le hablaron en una ocasión de algo blanco y frío que cubre las lejanas montañas. Dutieng quiere verlo, quiere correr entre esa extraña sustancia,  quiere ver reír a sus hermanas jugando con Él, rodando, saltando. No sabe por qué pero tiene seguro que la felicidad de los tres se esconde allí aunque se le antoja imposible llevar a cabo su deseo.

Por primera vez Dutieng reza esa noche pidiendo algo distinto a lo acostumbrado. Ya llevan rato durmiendo cuando el ajetreo de sus animales les avisa de algo inusual en la noche. Él sale con su bastón y su corto cuchillo de caza decidido a enfrentarse a la amenaza que suena fuera de la pequeña choza. En primer lugar sus descalzos pies notan un frío suelo blanco que le hace sentir una sensación extraña, sus dientes castañean sus manos le responden muy lentas.

Y es entonces cuando  asombrado..... lo ve.

Cerca de la puerta hay un animal extraño, no es muy grande, diríase que es un antílope o algo parecido pero su cornamenta es muy distinta, su largo pelaje  no es común por aquí. Está tumbado,  parece herido en una de sus patas y lo más extraño de todo, tiene la punta de su hocico de un rojo que reluce en la noche.

Dutieng supera el miedo llama a sus hermanas y como pueden lo arrastran dentro de la choza. Allí lavan con mimo su herida y entablillan con esmero su rota pata. El animal no se quejaba.

Antes de las primeras luces, Dutieng se despierta. El suelo blanco ha desaparecido y contempla asombrado al raro antílope que está en pie como si nunca hubiese estado herido. Ese día todo acaban antes sus tareas para pasar más tiempo con él. Corren con él, saltan con él, nadan en el río y de repente se dan cuenta de que lo que están haciendo les hace reír y se sienten felices.

Aprenden sin saberlo....... a jugar.

Esa misma noche mientras duermen abrazados a él vuelven a sentir ese intenso frío y un sonido que nunca habían escuchado, algo como clink, clink clink. Los tres en esta ocasión se asoman y descubren un puñado más de esos extraños antílopes atados a un carro sin ruedas del que se baja un no menos extraño personaje. Sus ropas también son raras pero no están hechas de piel, al menos no de la piel de ningún animal conocido pues estas son del color de las hojas de los árboles.

Al ver sus asombradas caras, el orondo individuo se inclina hacia atrás haciendo más prominente si cabe su redonda barriga y emite un sonido que diríase una carcajada pero mucho más grave. Ho,Ho,Ho.
¿Cómo estas Dutieng?, ven no tengas miedo, Acompáñame…
Dutieng sin salir de su asombro se atreve a preguntarle que quien es, entonces el individuo se lo dice, soy Santa o Santa Claus, me puedes llamar como mas te guste.
(Increíble habla una lengua desconocida y aun así Él le entiende perfectamente).

Verás hemos recogido tu petición y cuando veníamos a investigar sobre su origen Rudolf  se ha desorientado y ha venido a parar directamente a la dirección adecuada Ho,Ho,Ho.

Veo (continuo hablando) que lo has cuidado bien y que eres merecedor del deseo que pediste. Ahora debemos partir a otros lugares donde también nos han llamado. Dicho esto silbó suavemente y Rudolf se puso a la cabeza del carro con enormes saltos de alegría. El personaje desconocido paso la mano por las cabezas de los hermanos y acomodándose en el asiento desaparecieron por encima de las chozas.

Al día siguiente  todas las cabañas estaban repletas de  alimentos la gente del poblado reía, cantaba, celebraba la suerte por semejantes regalos. Y esto se repitió año tras año. Los niños pudieron dejar las tareas duras a los mayores y ayudar en otras formas en la comunidad. Algunos se especializaban incluso en signos y huellas que después transmitían a sus compañeros que a su vez compartían otras enseñanzas aprendidas en el día.

Dutieng se hizo mayor, tuvo hijos a los que enseñó que debían dar gracias por lo conseguido, a saludar al cielo en esa noche con la certeza de que alguien  les estaba saludando a su vez y a compartir con el resto cualquier cosa buena sucedida.

Cuando murió Dutieng, en la aldea se declaró día de dar gracias porque  Dutieng vivió en la aldea, y daban gracias también al día en que por su bondad cambió el curso de sus vidas.

Y a pesar de no tener una idea clara del transcurso del tiempo ni preocupaciones por su paso, en la aldea sabían perfectamente la localización de este día.

Porque desde entonces año tras año, en  ese cálido y perdido lugar situado  en pleno corazón de África sucede que la  noche anterior........nieva y ese día, que todos celebran con tanto cariño derrochando bondad, ese día que los niños juegan sin cansarse y comen caramelos sin hartarse, ese día que todos comparten lo que tienen, ese día que todos esperan con mucha ilusión, ese día.... es Navidad.

Autor: Karras.




sábado, 15 de diciembre de 2018

Leyenda de la Victoria Regia.


Según una leyenda antigua brasileña, existió una tribu que consideraba a la Luna como una diosa a la que llamaban Jaci. Esta diosa tenia por costumbre recorrer los cielos para poder buscar a las mas hermosas vírgenes indígenas desde lo alto, y transformaba en estrellas a aquellas que consideraba mas bellas. Aunque en ocasiones se escondía tras las montañas para poder pasar mas tiempo con las vírgenes que había elegido y estas le hacían compañía durante las noches.

Un buen día, una joven guerrera y princesa de nombre Naiá, comenzó a soñar con el momento en que la diosa Luna la reclamaría para ocupar un lugar en los cielos nocturnos. A pesar de las advertencias de los sabios que le recordaron que si accedía a marcharse con Jaci, perdería su cuerpo, convirtiéndose en apenas un punto de luz sobre el oscuro tapiz celeste. Naiá ignoro toda advertencia y busco incansablemente la forma de encontrarse con Jaci, tratando de alcanzarla en interminables viajes nocturnos, pero la diosa parecía ignorar su presencia y sus constantes esfuerzos.

Durante una de esas noches de viaje, Naiá contemplo la imagen de Jaci en las tranquilas aguas de un lago, y segura de que la diosa al fin había descendido para reunirse con ella, la princesa se lanzo al agua para no volver a salir jamas. La diosa contemplo la escena y se compadeció de la muchacha, aunque en lugar de salvar su vida decidio concederle sus deseos y convertirla en estrella, pero no una cualquiera sino en una distinta.

Así fue como la princesa paso a trasformarse en la "Estrella de las Aguas", la llamada Victoria Regia, el mayor de los lirios de agua y cuyas hojas solo se abren completamente durante la noche.


Autor: Desconocido.



sábado, 8 de diciembre de 2018

David Zinn.


David Zinn es un artista e ilustrador autodidacta, que se ha dedicado a llenar de vida las calles  de Ann Arbor,  (una ciudad del medio oeste en el estado de Michigan) con sus espectaculares dibujos de tiza, desde la década de los ochenta.

El trabajo de este artista se ha hecho notorio gracias a la creación de sus personajes de fantasía que habitan las calles, captando la atención de los peatones, los cuales quedan fascinados al verse rodeados de un gran mundo de ilusiones.




















El artista realiza sus personajes con tiza o con carbón, obras que se integran perfectamente con el entorno.




















Cuenta con una licenciatura en Escritura Creativa por el Colegio Residencial de la Universidad de Michigan, su arte callejero es temporal y está compuesto principalmente por tiza, carboncillo e improvisación.


Zinn juega con la arquitectura del lugar en donde crea sus ilustraciones, interactúa con los objetos, los bordes, los escalones, las banquetas, el mobiliario y los desperfectos en los pisos y paredes, incluso con la naturaleza.


















A lo largo de los años, David Zinn ha desarrollado y perfeccionado sus personajes recurrentes, incluido un monstruo verde brillante llamado Sluggo y un "cerdo volador" llamado Philomène .



Hasta aquí lo que he podido encontrar sobre este artista, imágenes las hay muchas mas :), espero os haya gustado.




sábado, 1 de diciembre de 2018

Una calle en silencio.


Tuvo la extraña sensación de conocer ya aquel pueblo en el que jamás había estado. Quizá eran sus calles angostas, empinadas y empedradas, bordeadas de casas grises con balcones vacíos. Tal vez porque la plaza tenía un kiosco como tantos otros, rodeado de árboles, y una fuente seca junto al monumento. Probablemente fue por la gente paseando en círculos por el centro, saludándose sin detenerse porque nada tenían que decirse o ya lo habían hecho. O fue por la melancolía de la tarde, cuando el ocaso anuncia el pronto descanso; o porque comenzaron a dibujarse sombras y éstas le trajeron recuerdos. Pero sintió que conocía el pueblo, si bien era la primera vez que lo visitaba y de ello estaba muy seguro.

Supo que era por aquella calle, una en la que sonaba el silencio. Lo leyó en los árboles tristes, las casas viejas con abolengo, la hiedra que cubría las paredes y en la sensación de un recuerdo. Se detuvo ante una puerta y dejó volar sus pensamientos. Se parecía la entrada, con tres escalones, una reja forjada y una imagen de algún santo. Se parecía a otra casa, a una casi borrada en su mente, aunque no había olvidado lo que hubo dentro. Y se parecía a otras, a miles en calles con árboles y silencio.
Observó la ventana y la cortina que se separaba. Vio durante segundos unos ojos y luego volvió a su estado el velo.

Se apoyó en un árbol, encendió un cigarrillo y lanzó el humo al viento. Un nudo le tapó la garganta y algo se le movió en el cuerpo. Era como aquélla la casa de sus recuerdos. Así como la cortina y los ojos. Y en la sala había un piano, cuadros rancios en las paredes y un gato dormilón en las rodillas del anciano. Y ella en la ventana, espiando sus movimientos, aguardando verle en el árbol, con el cigarrillo encendido y la sonrisa en los labios. Luego salía al porche y ambos se sentaban en los sillones de mimbre, oliendo el azahar de la tarde, escuchando el murmullo de la brisa, leyendo sus pensamientos.

Así fue aquella tarde sin mañana, cuando el ocaso se tiñó de luto y el llanto empañó sus ojos. Se cerró para siempre la cortina, él olvidó el camino y esperó que el tiempo borrase sus recuerdos. Pero regresaba en cada pueblo, en cada calle en silencio, en cada pared con hiedra, en cada árbol gris de la tarde, en cada crepúsculo melancólico.
Se abrió la puerta y la mujer salió al porche. Se sentó en el banco ornado de azulejos. Miró hacia el árbol, el hombre y lo que había a lo lejos. Él subió los tres peldaños y apoyó la espalda en la pared. Observó a la mujer, sin verle ni el rostro o el cuerpo. Intentó ver en ella a otra, como mimbre en los azulejos.
—¿Tiene un piano en la sala? —preguntó en tono quedo.
—No —dijo ella con una sonrisa para forasteros.
—¿Y cuadros viejos en las paredes, un gato y un abuelo?
—No —respondió ella, perpleja—, no tengo nada de eso. Vivo con mi hermana y su esposo.

Ella sonreía invitante, deseosa de conversación. El atardecer motivaba a un rato en el porche, incluso al lado de un forastero.
Él descendió los escalones y encaminó sus pasos por la calle, dentro del silencio. No, no conocía aquel pueblo, ni la calle sombría, ni la hiedra sobre los muros de piedra, ni el kiosco y la fuente seca. Se parecía a uno de sus recuerdos, a uno al que sólo volvería en sueños.


Autor: Erlantz Gamboa.