Un día sucedió que una pareja de ancianos apareció en las inmediaciones de aquellas tierras. Ambos eran muy viejos y se encontraban haciendo un largo viaje. Por lo tanto, al ver la ostentosa propiedad, el anciano le dijo a su mujer:
—Hemos caminado mucho y estamos muy cansados, estamos muy viejos para hacer todo el camino sin descansar, vamos a pedir un poco de agua y un lugar donde descansar en aquella casa, y así les advertimos a sus habitantes.
Su mujer estuvo de acuerdo, de manera que se acercaron a la puerta y tocaron hasta que fueron atendidos. El terrateniente en persona fue quien les abrió la puerta. Los ancianos le pidieron agua y un lugar donde descansar, pero este se burló de ellos, diciéndole a su sirvienta:
—Deshazte de ellos, que me molestan y no los quiero ver en mi propiedad.Y acto seguido desapareció por el interior de la casa, cerrando la puerta de la entrada con un gran estruendo, pues era una puerta grande y pesada. Una vez el terrateniente hubo desaparecido, la sirvienta volvió a abrir la puerta, disculpándose con los ancianos.
—Perdonen a mi señor, que tiene muy mal carácter…pero vengan, que yo les daré lo que piden.
Así los llevó a un cobertizo, lejos del terrateniente y su familia, donde les dio agua, también un poco de pan y un poco de carne para comer, y les hizo un sitio entre la paja para que descansaran.—Esto es todo lo que puedo ofrecerles, espero que sea suficiente—dijo amablemente la anciana.
—Has sido muy buena con nosotros—, le dijo el hombre a la anciana—por eso te daremos un regalo. Pero debes saber que el día de mañana en este lugar habrá una catástrofe. Así que no te quedes de brazos cruzados y avisa a todos los campesinos que puedas, recoged vuestras cosas y marcharos antes de que llegue la madrugada, si no, no viviréis para contarlo.
La anciana hizo caso y así avisó a los campesinos. De esta forma, la propiedad quedó vacía, solo permaneciendo ahí el terrateniente, su familia y los animales.Más tarde, temprano en la mañana, cuando el gallo comenzó a cantar, el terrateniente y los suyos fueron despertados por los gritos desesperados de sus animales. Luego notaron el agua que entraba a borbotones por las ventanas. La familia pudo correr y escapar hasta una montaña cercana, solo para ver cómo su suntuosa casa era tragada por las aguas.
Quedó en el lugar una hermosa laguna cristalina y, en el fondo, la ostentosa casa de un terrateniente que, por malvado y despótico, perdió todo lo que más quería en el mundo: su hogar.
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