También las viviendas de los hombres habían desaparecido, sepultadas bajo aquel lienzo blanco, inmenso, que se extendía monótono e inexorable sobre todas las cosas. Pero no, o por lo menos no todas, ya que en el centro de aquella llanura blanca y desolada, había una cabaña. El tejado estaba cargado de nieve, la chimenea estaba encapuchada de blanco y no despedía humo alguno. Todo era silencio en torno, un silencio mortal desconsolador.
¿Estaban tal ve muertos los habitantes de aquella solitaria cabaña? No. Tomanari y Maharita estaban vivos, bien vivos, pero acaso hubiese sido mejor que hubiesen muerto. En la cabaña reinaba una miseria absoluta; y ello se veía no sólo en los rostros descarnados de sus dos habitantes, no sólo en las andrajosas y descoloridas ropas que los cubrían sin lograr resguardarles del punzante frío, sino también en el hogar apagado, en la desnudez de las paredes, en la sordidez de la estancia, con la despensa absolutamente vacía, a lo sumo quedaría un pedazo de pan.Sólo en un rincón se veían tres arbolillos enanos, plantas que en el Japón son apreciadas, uno era un thuya que tenía cien años, el segundo era un pino de ciento veinte años, el tercero un arce de doscientos años.Tomanari y su mujer adoraban aquellas tres plantas, las cuidaban como si fuesen sus hijas, las acariciaban con ternura y se pasaban días enteros contemplándolas con la misma adoración con que un avaro contempla su tesoro. Si las hubiesen vendido, la miseria habría desaparecido de la cabaña, la despensa colmada de alimentos. Pero ellos preferían morir antes que separarse de las tres plantitas adoradas.
Al atardecer, alguien llamó a la puerta de la mísera morada. ¿Quién podía aventurarse por aquel lugar tan desolado y en tal hora? ¿Quién podía visitar a aquellos dos desgraciados, abandonados de todos? Maharita fue a abrir.En el umbral apareció un mendigo, tembloroso de frío.
-Dispénsame –murmuró-, pero tengo tanto frío, tengo tanta hambre y estoy tan cansado…Concédeme hospitalidad por esta noche; si no, moriré en el camino…
Tomamari y Maharita se miraron ¿había, pues en el mundo un ser más pobre y desvalido que ellos? ¿Había, pues quien no tenía ni siquiera un techo en que cobijarse?-Entra, entra-dijo Tomamari, con voz emocionada. Nosotros somos pobres, muy pobres, pero lo poco que tenemos es también tuyo.
Y ofreció al mendigo el último pedazo de pan duro que había quedado en la despensa y que habían guardado para la sopa del día siguiente. El desconocido lo devoro famélico; pero seguía temblando de frío. ¿Qué hacer? No quedaba ni un trozo de madera en la cabaña, lo habían quemado todo, las sillas, las mesas, las camas. Sin embargo, sí, algo quedaba todavía. Tomanari y Maharita se miraron con angustia. ¿Debían ahora sacrificarlos?
-Si-dijo Maharita, ahogando apenas un sollozo. No podemos soportar que este hombre muera de frío ante nuestros ojos.Y valerosamente, mientras gruesas lágrimas regaban sus mejillas, la mujer tomó el thuya centenario y lo hecho a la hoguera. Las llamas se alzaron alegres bajo la campana de la chimenea que por tanto tiempo había estado fuera de servicio, esparciendo en torno un ligero calor. Pero muy pronto el fuego se apago, y Maharita tuvo que alimentarla con el pino. Al poco tiempo, el arce siguió la suerte de sus hermanos.
Pero he aquí que entre el crepitar y el culebrear de las lívidas lenguas de fuego, apareció la figura majestuosa y sublime de Buda, el dios de los japoneses, al tiempo que una voz parecía provenir a la vez del cielo y de la tierra, decía:
-Habéis dado todo cuanto teníais a un pobre y yo bendeciré vuestra casa. De ahora en adelante no os faltará nada.
La aparición se desvaneció. Ambos se volvieron hacia el peregrino, pero éste había desaparecido.
Tomanari y Maharita lanzaron un grito de asombro, las paredes de la casa ya no estaban desnudas, sino que aparecían cubiertas de espléndidos tapices, por el suelo se extendían alfombras, ricos muebles aparecían repartidos por la estancia, y la despensa abierta de par en par mostraba una espléndida variedad de manjares.El fuego seguía chisporroteando en la chimenea, y, por último, cosa, más prodigiosa aún, en su rincón estaban sanos y verdes los tres arbolillos enanos que momentos antes habían sido pasto de las llamas.
Habían sufrido mucho de hambre y frío, pero, gracias a su bondad, ahora tenían su justa recompensa. Tomanari y Maharita se echaron uno en brazos del otro y estallaron en llanto. Pero esta vez eran lágrimas de alegría.
Autor: Desconocido.
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ResponderEliminarQué bonita leyenda, lo mejor de todo ese final donde nos dice que gracias a la bondad tuvo su recompensa.
EliminarRealmente es difícil lidiar con la adversidad que la vida nos muestra de vez en cuando, pero cuando las cosas tiene su lugar y vemos que todo se estabiliza, qué alegría nos da. Una de las virtudes del ser humano es la bondad y la paciencia, si ella se mantiene se logrará muchas cosas.
Un besote, feliz fin de semana.
Qué mundo más habitable sería, con este tipo de gentes y sus comportamientos, pero no se obtienen esas recompensas por ello.
ResponderEliminarPor un mundo feliz.
Besitos.
Precioso. Un beso
ResponderEliminarQue hermosa historia.ojalá hoy día pudiera ser igual y repartir en un momento así con algún necesitado, pero el miedo para abrir la puerta a un desconocido nos lo impide.
ResponderEliminarMe encantó.
Un abrazo y buen fin de semana.
Estimada Pili,
ResponderEliminarUn mundo mágico del cual no queda nada o muy poco, casi dirigia yo. Qué lindo sería vivir así, de las personas tan llenas de bondad y cariño. Una linda lección de vida es esta historia.
Te mando todo mi cariño a ti y tu estrella.
Besitos del alma, disfrutad del fin de semana.
Esta leyenda es realmente gratificante, amiga...Impulsa a la solidaridad, a la generosidad con el prójimo. Ojalá esa solidaridad se extendiera por el mundo y las naciones no guerrearan, sin murallas y alambradas. Dicen siempre que todo lo que damos vuelve, el universo está atento a todo lo que hacemos y tarde o temprano nos responde.
ResponderEliminarMi gratitud por esta historia y por tus constantes buenas letras, que nos inspiran a todos para seguir escribiendo, Pilar...Espero que todo vaya bien.
Te dejo mi abrazo entrañable y mi cariño siempre.
Ojalá hubiera más solidaridad el este mundo que vivimos ahora, que parece que se mira para otro lado. Y hace mucha falta Pili. Como gusta leer las leyendas que compartes. Gracias
ResponderEliminarBuen fin de semana.
Un abrazo.
Otra leyenda preciosa
ResponderEliminarsaludos
Como todas las cosa que pones, muy bonita.
ResponderEliminarA mi me gustaría vivir en una casita así, claro que tirara la chimenea y estuviese calentita.
Un beso
Preciosa leyenda con un final más bello todavía. La bondad y solidaridad siempre deben de tener una gran recompensa. Besicos
ResponderEliminarHola amiga .
ResponderEliminarNos dejas hoy otra lección de amor y de bondad .
Ojala el mundo fuera asi ,seguro que viviriamos mejor , pero por desgracia , ya vés como está.
Una muy bonita historia .
Un beso.
Hola bonita como estas??
ResponderEliminarSi,mi equipo ganó ayer 3 a 0 asi que muy contenta!!
¿Como ha ido tu fin de semana?
Me ha encantado tu historia de hoy,como todas las que nos dejas! En este mundo falta mas gente bondadosa y sobra muchas personas con esa maldad en la que actuan
Nuchos besos
Hermosa leyenda,abrazote.
ResponderEliminarHermosa solidaridad.
ResponderEliminarUna historia emocionante y bella.
Un beso.
Feliz semana.
Bonita e increíble leyenda, me ha gustado.
ResponderEliminarBesos
Gracias Piruja, por este nuevo regalo de preciosa leyenda.
ResponderEliminarBesos.
Me ha encantado la leyenda Piruja. Muchos besos.
ResponderEliminarEspero que vaya todo bien
ResponderEliminarYa he visto lo del incendio por la television. La verdad que se queda uno helao viendo las imagenes
ResponderEliminarBuen fin de semana en la medida de lo posible