sábado, 29 de febrero de 2020
Una calle en silencio.
Tuvo la extraña sensación de conocer ya aquel pueblo en el que jamás había estado. Quizá eran sus calles angostas, empinadas y empedradas, bordeadas de casas grises con balcones vacíos. Tal vez porque la plaza tenía un kiosco como tantos otros, rodeado de árboles, y una fuente seca junto al monumento. Probablemente fue por la gente paseando en círculos por el centro, saludándose sin detenerse porque nada tenían que decirse o ya lo habían hecho. O fue por la melancolía de la tarde, cuando el ocaso anuncia el pronto descanso; o porque comenzaron a dibujarse sombras y éstas le trajeron recuerdos. Pero sintió que conocía el pueblo, si bien era la primera vez que lo visitaba y de ello estaba muy seguro.
Supo que era por aquella calle, una en la que sonaba el silencio. Lo leyó en los árboles tristes, las casas viejas con abolengo, la hiedra que cubría las paredes y en la sensación de un recuerdo. Se detuvo ante una puerta y dejó volar sus pensamientos. Se parecía la entrada, con tres escalones, una reja forjada y una imagen de algún santo. Se parecía a otra casa, a una casi borrada en su mente, aunque no había olvidado lo que hubo dentro. Y se parecía a otras, a miles en calles con árboles y silencio.
Observó la ventana y la cortina que se separaba. Vio durante segundos unos ojos y luego volvió a su estado el velo.
Se apoyó en un árbol, encendió un cigarrillo y lanzó el humo al viento. Un nudo le tapó la garganta y algo se le movió en el cuerpo. Era como aquélla la casa de sus recuerdos. Así como la cortina y los ojos. Y en la sala había un piano, cuadros rancios en las paredes y un gato dormilón en las rodillas del anciano. Y ella en la ventana, espiando sus movimientos, aguardando verle en el árbol, con el cigarrillo encendido y la sonrisa en los labios. Luego salía al porche y ambos se sentaban en los sillones de mimbre, oliendo el azahar de la tarde, escuchando el murmullo de la brisa, leyendo sus pensamientos.
Así fue aquella tarde sin mañana, cuando el ocaso se tiñó de luto y el llanto empañó sus ojos. Se cerró para siempre la cortina, él olvidó el camino y esperó que el tiempo borrase sus recuerdos. Pero regresaba en cada pueblo, en cada calle en silencio, en cada pared con hiedra, en cada árbol gris de la tarde, en cada crepúsculo melancólico.
Se abrió la puerta y la mujer salió al porche. Se sentó en el banco ornado de azulejos. Miró hacia el árbol, el hombre y lo que había a lo lejos. Él subió los tres peldaños y apoyó la espalda en la pared. Observó a la mujer, sin verle ni el rostro o el cuerpo. Intentó ver en ella a otra, como mimbre en los azulejos.
—¿Tiene un piano en la sala? —preguntó en tono quedo.
—No —dijo ella con una sonrisa para forasteros.
—¿Y cuadros viejos en las paredes, un gato y un abuelo?
—No —respondió ella, perpleja—, no tengo nada de eso. Vivo con mi hermana y su esposo.
Ella sonreía invitante, deseosa de conversación. El atardecer motivaba a un rato en el porche, incluso al lado de un forastero.
Él descendió los escalones y encaminó sus pasos por la calle, dentro del silencio. No, no conocía aquel pueblo, ni la calle sombría, ni la hiedra sobre los muros de piedra, ni el kiosco y la fuente seca. Se parecía a uno de sus recuerdos, a uno al que sólo volvería en sueños.
Autor: Erlantz Gamboa.
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Qué impresionante historia. Un beso
ResponderEliminarLas calles, como las casas nos hablan y ellas tan bien forman parte de nuestras vidas ..Aquel hombre seguro que cada pueblo le recordaba alguna historia vivida .Un bonito relato .
ResponderEliminarAbrazos Piruja .
Un escenario parecido, pero sin el mismo, el que busca incansable.
ResponderEliminarBesos.
Es una historia muy especial y muy bien narrada. Muchas veces nos parece reconocer lugares o momentos que ya hemos vivido. Gracias por compartir.
ResponderEliminarUn beso narrador.
Un relato curioso, a mí me ha ocurrido alguna vez de estar en algún sitio y tener la sensación de haber estado antes.Está muy bien narrado.Besicos
ResponderEliminarMe encanta este relato. Muchos besos.
ResponderEliminarUn relato precioso, me ha gustado mucho.
ResponderEliminarMil besos
Te había leído a traves de Facebook.
ResponderEliminarSiempre encuentras cosas muy interesantes.
Un besito
La fotografía de la casa es excelente!!
ResponderEliminarCuántas casas,ventanas,árboles,caminos....están en nuestro recuerdo!Y algo de misterioso es el creer que todo se reconoce,porque el pasado deja huella y nunca se olvida
El tiempo...
ÉL volverá a soñar,siempre a cada lugar que vaya y sea así,como ea preciosa casa
Besucos
Gós
Un poco extraño tu el relato, pero me ha gustado Piruja.
ResponderEliminarAbrazos.
Yo tampoco conozco el pueblo, ni la casa, ni la sala, pero he leído algo de Erlantz Gamboa, escritor español de cuentos, novelas y ensayos. En 2010, su obra Caminos cruzados fue galardonada con el Premio Internacional de novela negra.
ResponderEliminarBesos.
Hola, paso para dejarte mis buenos sentimientos y un saludo muy cariñoso.
ResponderEliminarEs como un dejavú, a todos nos ha pasado alguna vez, es un fenómeno muy curioso. Me ha encantado el relato.
ResponderEliminarBesos