sábado, 10 de julio de 2021

El Hombre que veía pasar los Trenes.

Cada tarde, después de tomarse el café con mucha espuma que tanto le gustaba, se marchaba a la estación de tren, y se sentaba allí, a la sombra de las marquesinas de hierro de los andenes, esperando no sabía qué, tal vez que se abriera una puerta que le permitiera escapar, acaso una bocanada de aire nuevo que le ventilase ese espíritu suyo que se había ido fraguando en las preocupaciones de cada día, en una sorda amargura que le corroía el interior y le mordía las entrañas con la misma falta de piedad con la que una manada de lobos despedazaría a un cordero herido.

En medio del trajín de la estación descansaba un rato, dejaba que su cabeza volara, se olvidaba de los fantasmas que lo habitaban y soñaba con que de uno de esos trenes se bajara una mujer en blanco y negro, resuelta y de una belleza lánguida, como la Lauren Bacall o la Ingrid Bergman de las películas que tanto le gustaban, y que fuera a buscarlo para regalarle una mirada, tal vez un beso furtivo, acaso una invitación a subir al vagón de cola, desde el que divisar paisajes nuevos, horizontes sucedidos en el recuadro de la ventanilla con la velocidad de lo que siempre es nunca. Llegaban puntuales los trenes por el este, como lentas orugas gigantes que arrastran un cargamento de polen robado en el último minuto de vida de una flor, pero nunca traían lo que él esperaba. Nunca llegaban con otros futuros que no fueran los futuros imposibles, su cargamento era siempre una suma de palabras negadas y de sobres vacíos.

Y lo que comenzó siendo una ocupación de cada tarde acabó convirtiéndose en una obsesión, y mes a mes fueron creciendo las horas que pasaba en la estación. Sentado, viendo pasar los trenes, observando los ancianos que llegaban a los andenes arrastrando sus maletas, contemplando a las adolescentes que al terminar el llegar del viaje se echan en brazos de sus amantes y los besan con la fuerza de todo lo que se reivindica puro y necesario, sintiendo la risa de los niños o la premura de las madres para no llegar tarde a la hora de salida fijada en el billete que apretaban en la otra mano.

Allí, construía las vidas imaginarias de todas esas personas que para él eran personajes de una gran novela sin escribir, llegó a distinguir a los que caminan por el andén con las manos engarrotadas de los que por apurar la despedida con alguien que se quiere y se necesita mucho tenían que correr y subirse al vagón cuando ya el tren había arrancado, pero también le daba contenido a las personas que sólo veía fugazmente, a través de la ventanilla, las que no se bajaban en esa estación y continuaban su viaje, esas personas que cuando el tren llegaba levantaban furtivamente la cabeza del libro o la revista que venían leyendo y contemplaban la vida desbordada de los pasajeros y de los revisores, personas que alguna vez habían cruzado con él la mirada rápida que pronto, muy pronto, tal vez avergonzada o asustada por la ansiedad que habitaba en sus ojos sin fondo, había vuelto a posarse en las largas frases de Proust o a los versos de algún poeta sin lectores.

Ninguno de esos trenes era su tren, todos partían sin que él pudiera subirse al vagón arrastrando la maleta en la que tenía planchados y doblados los veranos de la infancia, alguna tarde de enero que había estado siempre arrugada en el fondo de un bolsillo de sus pantalones vaqueros, un puñado de libros y un rosario de discos de Bach. Soñaba siempre con que llegase un tren con su nombre que lo llevase hasta Venecia, para simplemente asomarse a una ventana gótica desde la que ver pasar las góndolas, que a él, al pensarlas mecidas por las aguas densas, duras, de la laguna, se le figuraban algo tan frágil y quebradizo como una mariposa que vuela bordeando el círculo avariento de las hogueras.


Autor: Desconocido.


17 comentarios:

  1. Hoy nos dejas un texto diferente esa magia es distinta pero que buena lectura es.. Las estaciones tienen ese halo de nostalgia que invita a recordar amores y situaciones perdidas en el olvido de nuestra memoria. Un besote grande y feliz sábado.

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  2. Un relato muy distinto al que nos tienes acostumbrados pero que me ha gustado aunque me ha dado pena esa obsesión del hombre por estar en la estación aunque cada cual busca su distracción para ser feliz.Besicos

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  3. Siento que el final de este relato haya concluido de un modo tan realista porque yo he llegado a sentirme cómplice del protagonista y me hubiera hecho muy feliz que lograra hacer realidad ese sueño. Soñar no es suficiente. Un abrazo y gracias por tu última visita.

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  4. Una curiosa historia, imagino que aún debe estar esperando que llegue su tren.
    Un beso.

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  5. Hola Piruja. La estación un buen lugar para soñar. Bonito relato.
    Buen día.
    Un abrazo

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  6. Me ha gustado el relato, diferente pero bonito. Besos.

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  7. Muy bonito amiga, reflexivo texto. Aveces por mas que esperamos no llega nuestro tren...... Saludos.

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  8. Un bonito relato que nos deja a todos pensando...

    Espero y deseo que estés bien .

    Un saludo .

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  9. Se quedó allí sentado, viendo pasar la vida de otros, miestras la suya se desvanecía entre andenes y el humo de locomotoras. Seguro que su tren pasó mil veces, pero quizá nunca estuvo dispuesto a subirse a él.
    Genial historia querida Pilar. Un abrazo.

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  10. Me encanta este relato porque tiene varias lecturas. El hombre vivía la vida a través de las vidas ajenas.Su imaginación se disparaba y se dedicó a inventar las historias del tren. Se olvidó de si mismo, porque hizo suyos los latidos y los sueños de los demás...¿sábes Pilar? A veces las madres también nos olvidamos de nosotras mismas y vivimos a través de los sueños e ilusiones de nuestros hijos. Cuando sufren, sufrimos; cuando se alegran, nos alegramos.No obstante, es importante vivir nuestra vida y tratar de mejorar cada día.
    Mi abrazo entrañable y espero que pronto puedas ver a tu hermana y disfrutar de ella.

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  11. Las estaciones de tren son como un coleccionista de historias. Cuántos desencuentros, encuentros, secretos. Deseos de partir o de recibir a personas amadas. Uhhh, qué historia más bella nos trajiste.
    Un fuerte abrazo.

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  12. Precioso relato Piruja. El hombre es feliz soñando con el tren que nunca llega.

    Besos.

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  13. Es una historia preciosa.
    Las estaciones de trenes guardan muchas emociones.
    Un beso.

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  14. Mi bella Piruja, esta vez un relato
    lindisimo, esas estaciones siempre
    llevan la magia del amor en cada vagón,
    una historia muy bonita.

    Besitos dulces

    Siby

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  15. Me encantan las estaciones de tren, creo que sería un lugar donde iría de vez en cuando a dar una vuelta y curiosear, y tomar un café al lado de la ventana de la cafetería, si se encontrara cerca.
    Una bonita historia de sueños donde pasar un rato, cuando la realidad es aburrida.
    Me encantó.
    Un abrazo.

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